Vinos mexicanos de Baja California, una atrevida apuesta a la excelencia

Vinos mexicanos de Baja California, una atrevida apuesta a la excelencia

SAN ANTONIO DE LAS MINAS, MÉXICO (AFP).- Baja California, una región semiárida del noroeste de México, apostó a una producción de vinos de calidad y alto costo para enfrentar la competencia del resto de América (Argentina, Chile y California). El enólogo mexicano Hugo D’Acosta, formado en la Escuela Nacional Superior de Agronomía de Montpellier (Francia), con su finca Casa de Piedra, ilustra esta búsqueda de excelencia, a 50 euros la botella de vino tinto y 20 el blanco (chardonay).

“Se apostó a la calidad, no se puede competir con los argentinos o los chilenos con vinos a bajo precio, nuestro volumen de producción es demasiado escaso”, explica al hacer probar su última cosecha a visitantes franceses. El norte de la península de Baja California es la principal región vitivinícola de México, con un 90% de la producción, 23 bodegas y un centenar de etiquetas. Muy soleada, “es una región de vino tinto”, comenta el enólogo.

La región goza de un microclima que permite sobrellevar la sequía y los problemas de riego. La bruma, el rocío y la frescura matinales permiten ahorrar preciosos hectolitros de agua.

En el país del tequila, el vino es un producto de lujo. La producción sigue siendo reservada, con alrededor de 3,5 millones de cajas al año.

Las primeras vides, al igual que los olivares, fueron plantadas por los misioneros católicos españoles en los siglos XVI y XVII, antes de ser prohibidas en 1699 por la corona española, ya que hacían caer las exportaciones del viejo continente.

El renacimiento del sector data de fines de los años 1970.

“Hay una verdadera investigación, los productores ya no pretenden imitar a tal o cual vino. Hay una vocación natural de hacer vino en esta región”, destaca D’Acosta, que elabora 30.000 botellas al año, sin ambiciones por el momento de aumentar su producción.

 México es todavía el primer mercado para los vinos de Baja California. El gigante vitivinícola mexicano, Cetto, fundado en 1928, explota un 20% de las vides de la región y exporta un 30% de su producción, en particular hacia Canadá y Gran Bretaña. Sus vinos cuestan entre 5 y 30 euros.

 “El consumo de vino está aumentando enormemente en México. Los jóvenes mexicanos beben cada vez más vino”, dice, entusiasmado, D’Acosta. “Un 10% se exporta a Estados Unidos, un 5% se consume en Gran Bretaña y un 85% en México. Al principio es necesario basarse en un mercado doméstico sólido, es fundamental”.

Donald Miller, un banquero estadounidense aficionado al buen vino, se jubiló en Baja California y se permitió un capricho de millonario. Compró una propiedad y su primer vino salió en 2001.

“Marcha bien, es una industria emergente”, dice mientras cata su última cosecha, aunque se queja de los impuestos: “Se nos grava al 40% mientras que los vinos chilenos y argentinos no pagan tributos”.

 La apuesta de los productores de Baja California en un segmento de mercado limitado y rentable es viable, coronada además por numerosas distinciones en los concursos internacionales, pero Olivar Lombard, un francés que tiene un restaurante en México, no predice una apertura en el mercado internacional.

“Son muy buenos, pero el problema es el precio. No son competitivos. Se encuentran vinos equivalentes menos costosos”, se lamenta, y cita como opciones seguras etiquetas como el Château Camou, el Casa de Piedra y el Santo Tomás.

¿La estrategia? “Posicionarse en el mercado americano, no en el mercado europeo”, dice Lombard.

 Entre sus clientes, los consumidores de vinos de Baja California son “mexicanos nacionalistas”, turistas curiosos de descubrir vinos diferentes o empresarios que quieren sorprender a clientes extranjeros.

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