En los últimos 20 años, los dominicanos han expresado a través de encuestas de opinión pública una alta preocupación por la criminalidad y la violencia que se expanden por el cuerpo social. En este período, ambos fenómenos han figurado en los primeros cinco lugares en la tabla de preocupaciones ciudadanas. Se trata de preocupaciones legítimas, porque todo ciudadano tiene derecho a vivir en paz y sin temores, y también porque son fenómenos –la criminalidad y la violencia social—que han estado presentes en casi todo el territorio nacional. Las autoridades nacionales de esos años no han estado ajenas a las preocupaciones. Los Gobiernos han tomado medidas diversas para contrarrestar estas anomalías que tanto perturban la vida personal, familiar y de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, debemos admitir que es poco lo logrado. Porque ambas variables se mueven en ciclos que bajan, suben, amagan con desaparecer pero al poco tiempo resurgen. Hay en el camino varios factores que alimentan la criminalidad y la violencia en nuestro medio. Desde familias disfuncionales hasta una autoridad policial que con frecuencia echa mano de la violencia del Estado para “darle para abajo” a los delincuentes. Esta “práctica”, aparentemente eficaz y que es ampliamente aceptada por dominicanos, fomenta el odio social, la animadversión y la falta de confianza en una institución tan necesaria como la Policía Nacional.
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Los Gobiernos de los últimos 20 años, debemos anotarlo, han tenido poco éxito en los distintos planes elaborados y ejecutados para luchar contra la delincuencia y la violencia. Aun así, se persiste en varios de estos “modelos”, sobre todo en el incivilizado “gatillo alegre” que deja a su paso muertes que para justificarlas casi siempre hay que mentir.
Hace rato que la República Dominicana necesita abordar los temas de la criminalidad, la delincuencia y la violencia –todos hermanados—de una manera más inteligente, menos policiaca y menos violenta. Necesitamos hurgar de manera meticulosa en las causas que producen estos fenómenos y fijarnos por qué la geografía de estas deformidades sociales está concentrada en determinados lugares. Si no lo hacemos así, seguiremos dando vueltas y vueltas alrededor de los mismos problemas, sin encontrar soluciones.