Hoy te contaré una de las mil y una noches de abuso y terror, una de miles de historias protagonizadas por mujeres dominicanas.
Aquel día un disparo puso fin a una vida de dolor y martirio prolongada por años entre golpizas y amenazas de muerte, vejaciones y violencia sexual que a esta joven mujer de cabellera rojiza la hacían sentir violada porque el amor se extinguió, porque si alguna vez al roce de su piel la pasión le estremeció, hacía tiempo que le bastaba verlo para temblar de miedo.
El final parecía llegar cada noche al regresar a la casa el hombre al que amó y con el que procreó tres hijos, ocurrió aquella madrugada aunque en verdad mucho antes de que los balazos agujerearan su cuerpo, ya ella agonizaba. Una cruel tortura que le marcaba la piel y el corazón con lesiones permanentes, la había destrozado. ¡Qué importaba que un día él tomara la pistola y descargara en ella su furor!
Patología. Sobre un charco de sangre, descansaba Mariela, una de cientos de dominicanas asesinadas por sus esposos, ex maridos o compañeros, muchos de los cuales se suicidan tras perpetrar el crimen.
Otra víctima de la violencia intrafamiliar, patología social que en los últimos cinco años cobró en el país un promedio semanal de más de tres feminicidios, mientras una de cada cuatro mujeres entre 14 y 49 años ha sufrido algún tipo de agresión.
Y sabrás que además de los casos denunciados, existe una violencia sumergida, un alto subregistro, pues la mayoría guarda silencio del drama vivido puertas adentro. Callan por temor o presiones sociales, razones de estatus, amenazas de sus maridos o compañeros, por intimidación:
__Si dices algo, ¡te mato!
Se atemorizan. Son renuentes a denunciar al agresor a la Policía, a veces lo hacen pero con frecuencia no actúan. Algunas hablan, y de una de ellas escuché un grito desgarrador:
__¡Por favor, hagan algo para que esto se acabe…!
La violencia intrafamiliar muestra un alarmante crecimiento en nuestra sociedad, donde las creencias culturales arraigadas mediatizan o neutralizan la aplicación de leyes que protegen a la mujer. Pese al incremento, es notoria la ausencia de políticas públicas articuladas para enfrentarla, prevenirla o limitarla.
Si bien la mujer ha escalado importantes posiciones en el ámbito económico y social, en el hogar se sigue educando con los mismos patrones autoritarios, machistas. Inconsciente o no, son reproducidos hasta por madres que defienden la igualdad de género. Y en la escuela no aplican programas tendentes a cambiar los procesos de socialización de niños y niñas.
Presagio. La foto de Mariela publicada por los diarios impresionó a Regina, otra de tantas víctimas. Cerró los ojos y de repente vio mentalmente que el cuerpo que yacía inerte era el suyo, tomó su forma, sus facciones, y presagió su fin.
Se veía muerta, aunque no por homicidio, más bien un suicidio inducido, pues su marido no la toca ni con un pétalo de rosa Prefiere el látigo de la violencia sicológica, implacablemente la agrede con insultos, humillaciones, amenazas que la mantienen en pánico.
Pensando en la ira de él cuando ella no le respondiera, en su sorpresa al encontrarla muerta, rememoró su vida matrimonial, las noches de insomnio, noches tétricas preñadas de temores y espanto. ¡Un infierno!
Salvo los primeros meses cuando su esposo logró esconder su frustración, los sentimientos de fracaso que luego enmascaró con celos y recelos, ha vivido un calvario, dos decenios esperando que él cambiara. Se cansó. Y hace tiempo que perdió la alegría de vivir al no poder recomponer sus sueños rotos.
¡Un infierno! Noche y día en zozobra, años sojuzgada por la tiranía del maltrato emocional, de la tortura mental, aterrorizada, deprimida.
Como muchas otras mujeres, Regina está convencida de que la agresión verbal, las burlas, su silencio y menosprecio lesionan más que los ataques físicos, socavan la seguridad y confianza en sí misma.
¡Cómo duelen sus celos infundados, las acusaciones de infidelidad que él no cree pero se escuda en ellas para desahogar la rabia por sus fracasos y frustraciones!
Doble identidad. Su marido, un empresario a quien el éxito no llegó en la justa medida de su ambición, es uno de esos hombres que son luz en la calle y sombra en la casa.
Regina me confesó sus pesares para desenmascarar a esos caballeros galantes de doble identidad que en recepciones y fiestas hacen gala de exquisita cortesía, todo amabilidad y sonrisas, pero en la casa martirizan a sus esposas. Son violentos con una pobre imagen de sí mismos, amigos de aislar y controlar. Unos tragos de más y la explosión se exacerba.
Como sabrás, la violencia intrafamiliar, expresada en la pareja con sus álgidas luchas de poder, ejercida contra hijos e hijas, ancianos y discapacitados, desgarra a muchos hogares. Reproduce un modelo de conductas coercitivas aprendidas que involucra maltrato físico, sicológico y abuso sexual, violaciones, aislamiento, intimidación, coerción económica.
LAS CLAVES
1. Reproduce conducta
Los comportamientos abusivos también derivan de una niñez permisiva, en que se complace al niño en todo. En la adultez se creerá superior, que está por encima de la ley, que puede hacer cuanto quiera y abusar de quien quiera.
2. Inseguridad
La violencia del maltratador podría ocultar el miedo o inseguridad que de niño sintió ante un padre abusivo, y como adulto prefiera adoptar la personalidad del padre que sentirse débil y asustado.
ZOOM
Enfrentar la violencia intrafamiliar exige arrancar las raíces culturales históricas. Secularmente hemos sido una sociedad patriarcal, muy machista, arraigando en el hombre la creencia de que tiene el derecho primario a controlar, a disciplinar con severidad, incluso abusar de la mujer y los hijos, influyendo en esto su rol económico como proveedor, lo cual tiende a desaparecer sin que a la par abandone su machismo.
El modelo social refuerza el uso de la fuerza para enfrentar conflictos, por eso el hombre abusador la utiliza para mantener el poder y control sobre la mujer, aprendió que la violencia es efectiva para obtener esos fines, y como muchos no han sufrido las consecuencias porque las mujeres ocultan los atropellos, tal conducta se mantiene y se reproduce en los hijos.
Se requieren cambios en la relación padre-hijos, en la forma de asumir la masculinidad, de manejar problemas, aprender a dialogar, dirimir y respetar las diferencias e inclinaciones de los otros.
Se escenifica en todos los segmentos sociales, dominando la sicológica en clase media y alta y la física en hogares de estratos bajos.
Indigna sólo pensarlo. En los arrebatos de ira, afloran los instintos del agresor, sale la fiera que llevan dentro, abofetean, dan puñetazos, tratan de estrangular a su pareja, le desfiguran el rostro con ácidos o quemaduras, las matan a balazos o a puñaladas.
Las víctimas se reponen y vuelven a ser agredidas hasta sufrir discapacidades o trastornos mentales. Muchas siguen padeciendo hasta quedar destruidas física, sicológica y moralmente. Se sienten deprimidas, ansiosas, con síntomas de estrés postraumático, padecen fatiga crónica, no concilian el sueño o tienen pesadillas. Otras tienden a aislarse, recurren al alcohol o las drogas para disfrazar su dolor.
En las golpeadas o agredidas sexualmente, el agotamiento emocional y físico puede inducir al suicidio. Otra respuesta indeseable en una mujer pisoteada, escarnecida, degradada, es que explote y se convierta también en una persona violenta.
Ellas no son las únicas agraviadas, los hijos que ven maltratar a su madre resultan afectados, sufren lesiones síquicas, y casi siempre les marca la conducta posterior, convirtiéndose en agresores. Hoy son víctimas, mañana victimarios.
Perfil del agresor. Generalmente proceden de hogares violentos, se caracterizan por ser machistas, egoístas, ignoran los sentimientos de los demás. Algunos son retraidos, celosos, imaginan que la esposa es infiel, controlan sus movimientos.
Suelen tener trastornos sicológicos, baja autoestima, frustración, potenciándose la agresividad con alcohol y drogas. Muestran inmadurez, inestabilidad emocional, son impulsivos, explosivos como el marido de Regina, quien en su impotencia tras relatar su drama estalló en llanto.
__¡Por favor, hagan algo para que esto acabe!.