Violencia intrafamiliar

Violencia intrafamiliar

KEDMAY T. KLINGER BALMASEDA
La violencia intrafamiliar, aunque no siempre resulta fácil de definir o reconocer; en términos generales podríamos designarla como el uso deliberado de la fuerza para controlar o manipular a la pareja o al ambiente más cercano. Es un problema social de grandes dimensiones que afecta sistemáticamente a importantes sectores de la población, especialmente a mujeres, niñas, niños, ancianos y ancianas, causando daños graves a la estructura familiar, indicando dificultades muy serias en dicha estructura.

Si bien el fenómeno es de gran complejidad e influido por numerosas variables, la pobreza aparece claramente como un factor de riesgo clave. Las realidades cotidianas de desocupación, subocupación, informalidad, y otros procesos de deterioro económico tensan al máximo las relaciones intrafamiliares y crean ambientes propicios a este fenómeno, fatal para la integridad de la familia. Es una situación de abuso de poder o maltrato, físico o psíquico, de un miembro de la familia sobre otro. Y es por esto que se resalta a la violencia doméstica como parte importante y principal de lo que conlleva la violencia intrafamiliar.

La violencia doméstica no es solamente el abuso físico, a través de golpes, heridas e incidentes graves, sino también el abuso psicológico, que es más espantoso aún por los traumas que causa. Principalmente este tipo de abuso se percibe, por insultos (abuso verbal), manejo económico, amenazas, chantajes, intimidación, control de las actividades, abuso sexual, aislamiento de familiares y amistades, prohibición a trabajar fuera de la casa, abandono afectivo (desprecio), humillaciones, o por poco respeto a sus opiniones. Se puede decir que hay violencia simple y sencillamente cuando se ataca la integridad emocional o espiritual de una persona.

Es preciso aclarar que a la violencia física precede, a veces, años de violencia psicológica, ya que la misma se detecta y se reconoce con mayor dificultad. Quien ha sufrido violencia física tiene huellas visibles e inconfundibles que le permiten aceptar y reconocer con más facilidad el abuso que recibe y por ende, puede lograr ayuda más fácilmente. Sin embargo, a la víctima que lleva cicatrices de tipo psicológicas le resulta muy difícil identificar y demostrar sus abusos, puesto que pocas veces tiene forma de comprobarlos.

Lo más preocupante es que la violencia doméstica es a su vez un modelo de referencia con posibilidades de ser reproducido por los hijos, lo que muchas veces llevará también a que constituyan familias con serias deficiencias. Diversos estudios indican que la tasa de conductas de este orden, de los hijos que han visto en sus hogares este comportamiento y no han recibido la ayuda psicológica necesaria, supera ampliamente a las observables entre quienes no han tenido este tipo de situación en sus familias o entre quienes lo han tenido pero han podido recibir sistemáticamente el tratamiento necesario para enfrentarlo y superarlo adecuadamente.

No quiero dejar de destacar que, en cuanto a la personalidad del que maltrata, podemos notar que en ocasiones la actitud violenta de este abusador oculta el miedo o la inseguridad que sintió de niño ante un padre abusivo que lo golpeaba con frecuencia, y al llegar a ser un adulto prefiere adoptar la personalidad de su padre abusador que sentirse débil y asustado. En otros casos, los comportamientos ofensivos son la consecuencia de una niñez demasiado permisiva durante la cual los padres complacieron al niño en todo. Esto lleva al niño a creerse superior al llegar a ser un adulto y a pensar que él está por encima de la ley. O sea, que puede hacer lo que quiera y abusar de quien quiera, puesto que piensa que se merece un trato especial, mejor que el que se les da a los demás.

Quiero finalizar este artículo explicando, que la dinámica de la violencia intrafamiliar existe como un ciclo que pasa por tres fases, las que difieren en duración según los casos, y que pueden ser de días, semanas, meses o años.

La fase 1 es la acumulación de tensión, donde se inicia el incremento del comportamiento agresivo, incentivando a que la persona agredida modifique su comportamiento; la fase 2, es el episodio agudo de violencia, en el que se percibe como resultado del momento de agresión, una tensión y stress que van desapareciendo en el agresor, provocando una victima confundida e histérica, fuertemente afectada por las agresiones padecidas. Y por último, la fase 3, que es la etapa de calma, que se caracteriza por un período de tranquilidad, no violento y de muestras de amor y cariño. Este es el momento en el que el abusador toma a su cargo una parte de la responsabilidad por el episodio agudo, dándole a la persona afectada la esperanza de algún cambio en la situación a futuro, actuando como si nada hubiera sucedido, y prometiendo no volver a hacerlo jurando que buscará ayuda profesional. Pero si real y efectivamente no se efectúa una intervención y la relación continúa, hay una gran posibilidad de que la violencia haga una escalada y su severidad aumente, renovándose el ciclo una y otra vez.

klinger_psicología@yahoo.es

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