Violentismo general

Violentismo general

Los políticos profesionales, como antes se decía en broma, sacaban dinero de los bolsillos de los ricos con el que pagaban campañas para engañar a los pobres. Pero ahora los pobres quieren ganar dinero –como los viejos burgueses– y que los ricos ofrezcan espectáculos, comidas y literatura, con las exigencias y gustos de las clases menos educadas. El reino de la música “pop” es el más ruidoso de los ejemplos. Últimamente el negocio de las drogas ha unido políticamente aún más a las clases mercantiles con las proletarias. Desde luego, en una relación “cuasi militar” de oficiales y soldados.

El envilecimiento de la actividad política contemporánea arranca de dos hechos visibles: el gusto por hacer negocios de casi todos los dirigentes políticos; la falta de ideología en las agrupaciones cívicas teóricamente de izquierda o en los partidos que invocan la antigua tradición revolucionaria. De la violencia se decía: es la gran “partera de la historia”. Esta frase, cuya paternidad atribuyen a Marx los petardistas de varios periodos del siglo XX, servía de apoyo a la “acción revolucionaria” dirigida a transformar la sociedad burguesa. Una sociedad “perversa”, injusta, “explotadora”, en la que se fomentan “ideales retardatarios” desde el poder público.

Después de un siglo de guerras sociales, guerras coloniales, guerras internacionales, hemos arribado a la “apoteosis de la violencia”. Ya no es únicamente partera de la historia: es, además, fuente de enriquecimiento ilícito… con plena aceptación colectiva. Obreros y campesinos participan de esa “cosmovisión violentista”. Hemos visto –en la realidad y en el cine– las luchas entre indios y vaqueros, entre soldados alemanes e ingleses, entre norteamericanos y japoneses; la pelea, cada vez más violenta, sin reglas ni límites, continúa entre empresarios industriales, espías internacionales, karatecas orientales o traficantes de drogas.

Esta glorificación de la violencia y aquella complicidad contra natura de clases antaño afrontadas, son dos caras de la misma enfermedad social. Los valores morales de cualquier clase son substituidos por valores comerciales o de mercado, también de cualquier clase. Si esos valores morales podían ser individuales, familiares, nacionales o universales; del mismo modo, los “valores comerciales” hoy suelen ser personales, empresariales, regionales o transnacionales. Tener normas morales se reputa una desventaja. (Ubres de novelastra, 2008).

 

 

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