Virgilio

Virgilio

CHIQUI VICIOSO
“Al cobrar la razón que hube perdida,/ de piedad por aquellos deudos caros,/ que así el alma dejáronme abatida./  Doquiera que los ojos vuelvo claros,/ solo llego a mirar, doquier me mueva,/ atormentados y tormentos raros.  /Pasa que en este espacio siempre llueva,/ y esta es la tercia… ciudad horrible,/ aleve, que modo y calidad jamás renueva./  Cerbero(a), fiera a las demás diversa,/ allí trifauce can se encoleriza,/ cruel con la postrada gente inmensa./  Dime, pues, tú quién eres, la de hinojos/ que aquí padeces con tan hosca pena/ que no hay, si mayor, de más enojos./  Y respondiome:  ‘Tu ciudad, tan llena/ de envidia atroz, que se la vierte el saco.’/ …soberbia, envidia y lucro codicioso/ son los tres males de/ …Santo Domingo plaga./  Cada cual buscará su triste tumba,/ carne y figura cobrará, y el duro/ fallo sabrá como eternal retumba.”

No imaginaba Virgilio, cuando así le hablaba a Dante en su recorrido por el infierno y purgatorio en el Canto sexto de La Divina Comedia, que hoy otro Virgilio, esta vez Almanzar, nos sentenciaría con su ira de hombre justo.  Tres muchachos haitianos han sido incendiados en su taller de ebanistería por cerceberos crueles “con la postrada gente inmensa”.

Irresponsables, los llamados nacionalistas unilaterales, esos que no protestan contra el TLC, o el envio de nuestras tropas a Irak; o la extradición unilateral de nuestros delincuentes (“sons of bitches”, pero nuestros); contra los tratados que enajenan nuestro patrimonio ecológico, nuestras aguas y playas; que no se pronuncian contra el predominio del inglés en toda nuestra programación de radio y televisión, en nuestras escuelas, colegios y universidades; o contra la música extranjera que se propaga, 24 horas al día, como parte de nuestras “raíces”.

Irresponsables, los llamados nacionalistas de nueva data, que nada tienen que ver con la innata compasión y acrisolada honestidad de Juan Pablo Duarte, salen a campos, ingenios y barriadas a azuzar el odio contra los y las inmigrantes haitianos.  Terrible ironía esta de ser un país emigrante, con dos millones de dominicanos y dominicanas en el exterior; de ser una media isla que se sostiene con el sudor de sus mujeres convertido en remesas mensuales de dólares y euros, y darse el lujo de discriminar y reprimir y quemar a infelices inmigrantes.

Azuzar el odio siempre es fácil, de hecho se dice que si quieres ver la gente esforzarse, competir y trabajar  en este país debes de regalarle un odio.  Fomentar la “envidia atroz”, el asalto a miserables enseres, o a la  crueldad con “la postrada gente inmensa” también es fácil.  Como lo es fomentar los bajos sentimientos de la sub-humanidad dominicana que tanto nos llena de vergüenza, con su absoluta y primaria vulgaridad, su obsceno despliegue de elementaridades  en el trato, la música, el  manejo del cuerpo  y el comercio de la sensualidad barata.

Lo que no es fácil es la educación en valores, el cultivo de la justicia, el fomento de la dignidad, de la solidaridad, de la responsabilidad de carácter; la capacidad de señalar con verticalidad a los y  las verdaderos culpables de este compendio de impunidades que hoy denominamos la República Dominicana. Lo que no es fácil es ponerse en lugar del otro y la otra; entender la experiencia de quienes fuimos emigrantes y leímos con estupor como el New York Times, por ejemplo, apenas le dedicaba 19 líneas a la muerte de tres adolescentes dominicanos en el sur del Bronx, a manos de la Policía…

19 líneas en el New York Times,
19 y 17 años,
19 y 17 niños,
19 y 17 “hombres”,
porque fueron muertos en un barrio del South Bronx.

Nunca había sido tan barata la tristeza.Y es trágico tener que repetir estos versos, treinta años después, cuando vemos a Virgilio Almanzar, prácticamente solo, representando lo mejor de la dominicanidad frente a tres ataúdes de muchachos jóvenes.

¡Ay, justicia de Dios, y cuánto vivo dolor, trabajo, angustia ver me toca! ¡Qué tanto de nuestra maldad motivo!

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