Virgilio Díaz Grullón (1 de 2)

Virgilio Díaz Grullón (1 de 2)

DIOGENES VALDEZ
El origen del cuento como género literario, se pierde en la noche de los tiempos, muy lejos de nuestras fronteras insulares. Su patria, se encuentra en las antípodas. Dos regiones se disputan la nacionalidad del cuento. Una de ellas es la Persia antigua, el territorio que hoy conocemos como Irán. La otra es la India y es aquí donde todos los indicios apuntan como la patria verdadera del género.

En más de una ocasión hemos dicho, que la condición natural del ser humano es ser cuentista y que por tanto, tiene que ser considerado el más antiguo de todos los géneros literarios. Cuando el hombre de las cavernas regresaba a su cueva con el producto de la caza del día sobre sus hombros, y le contaba con gestos y gruñidos todas las peripecias que había pasado para poder cazar la pieza que los alimentaría por varios días, indudablemente le estaba contando un cuento a su familia.

Pero cuando regresamos de un viaje y a la pregunta de ¿Cómo te fue? respondemos con una serie de historias, estamos también haciendo un cuento. Cuando nos enamoramos e inventamos una serie de promesas fabulosas al objeto de nuestro enamoramiento, no hay dudas de que utilizamos nuestra capacidad de fabulador para conquistar a nuestra Dulcinea. Por eso hago hincapié en que la condición natural del ser humano es la de ser cuentista.

Aunque el cuento llega a América de manos y labios de los conquistadores, éste lo mucho tiempo después del descubrimiento, pues la reina Isabel había dispuesto que la mente inocente de nuestros aborígenes no se la enfermara con historias de enredos y amoríos. Sólo les estaba permitido leerles el catecismo y las oraciones religiosas.

El cuento llega a España con la conquista de la península ibérica (al Andalus) por los árabes. Estos, comerciantes por tradición, en sus periplos especulativos habían tomado el cuento de su lugar de origen y lo habían llevado consigo a todas las partes que tocaban, enriqueciéndolos con sus propias experiencias. De España se esparce por toda Europa y por último, como hemos señalado, llega a las coordenadas geográficas de nuestro continente, mucho tiempo después del descubrimiento del mismo.

El cuento, tal y como se tratara de un ser vivo, ha sufrido modificaciones y evoluciones. El llamado cuento de camino, tomó el sendero de lo folclórico, y se estableció en la campiña, por ser tal vez este territorio, un terreno fértil para su desarrollo temático y porque en determinada época la gran población mundial se encontraba establecida en el campo. Alcanzando su máximo esplendor en el terreno rural, adquiere una dinámica que lo lleva a adoptar diversos modos de expresión. En una ocasión es naturalista, en otras romántico, otras veces es expresionista y, dentro de este crisol de patrias que es nuestro continente nace la modalidad denominada “criollismo”.

El gran maestro del criollismo dominicano y uno de los más importantes de América, es Juan Bosch. Pero alcanzada la cúspide, esta modalidad narrativa tiene dos alternativas, permanecer estático y morir, o evolucionar hacia estadios superiores y perfeccionarse, al mismo tiempo que el ser humano evoluciona y se perfecciona. Hace tiempo ya que las leyes que dominan el género están al alcance de todos.

Tres grandes conquistas son dables apreciar en este hermoso modo de expresión escrita. Al tiempo que las ciudades se hacen más grande y se tornan más pobladas con la emigración rural, el cuento cambia de escenario. Se diría que también emigra del campo a la ciudad, y ésta es la primera de sus grandes conquistas. Y cuando el espacio citadino se agota en todas sus magnitudes, aun hay posibilidad para otra emigración, tal vez más importante, pues de las grandes urbes el cuento se muda hacia un espacio jamás sospechado, ya que el movimiento se da hacia el interior del individuo. Nace entonces el monólogo interior y con él, el cuento intimista. Esta última conquista se debe al atrevimiento y más que nada, a la visión del gran escritor irlandés, James Joyce. La tercera conquista, dicho de una manera sucinta, es el final abierto, con lo cual el lector acomoda el desenlace a su propia sicología.

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