Viriato Fiallo y el golpe de 1963

Viriato Fiallo y el golpe de 1963

FABIO RAFAEL FIALLO
“Atacar sobre todo en el plano de la moral: lo que es necesario según esa forma de pensar no es que el adversario sea un adversario, sino que él sea lo que en el siglo XVIII era dado llamar un canalla”. Con esta frase del colofón a su novela “Los conquistadores”, el intelectual francés André Malraux, escritor y combatiente antifranquista durante la guerra civil española, denuncia los detestables procedimientos empleados por quienes intentan demoler de manera aviesa el prestigio de un adversario político.

Esa forma de proceder es la que algunos detractores de Viriato Fiallo han manipulado para hacer caer el velo de la tergiversación en torno a la actitud que asumió públicamente, y no tras bastidores, en el momento del funesto golpe de Estado. Según aquellas diatribas, entre el Viriato Fiallo patriota que enfrenta la ocupación norteamericana y la dictadura de Trujillo de un lado, y el que asiste al Palacio Nacional una noche de septiembre de 1963 del otro, parecería existir el abismo infranqueable de la traición a los principios. Como si se tratara de dos personajes diferentes, el uno siendo la negación del otro. Estaríamos, por así decir, ante un fenómeno de desdoblamiento de la personalidad, o más bien de esquizofrenia política.

Pero ése no fue el caso. Entre el Viriato Fiallo patriota de la ocupación norteamericana, que nunca se inscribió en el Partido Dominicano y combatió firmemente la tiranía trujillista, y el que acude al Palacio Nacional a raíz del golpe de Estado, no existe ni abismo ni contradicción sino, al contrario, un hilo conductor, un mismo prurito ético y una

indiscutible coherencia moral. Veamos a continuación la base de mi afirmación.

¿Por qué Viriato Fiallo acudió al Palacio Nacional a raíz del golpe de Estado? ¿Por qué adujo que se trataba de un hecho consumado en vez de reclamar la reinstauración del gobierno constitucional? ¿Qué tipo de oposición mantuvo frente a aquel gobierno constitucional? Examinemos en primer lugar las circunstancias en que decidió ir al Palacio Nacional, junto a otros dirigentes de la oposición, una vez que el nefasto golpe de Estado se perpetró.

De antemano cabe afirmar, repetir, recalcar, simplemente la verdad: Viriato Fiallo no participó en el golpe de Estado.

Sólo sus enemigos acérrimos, aquellos que tenían y tienen interés en destruir su prestigio, han empujado la falacia hasta el punto de condenarlo por un hecho en el que no tomó parte y que tampoco apoyó. Tan infundada y absurda fue aquella

acusación que, como explicamos en nuestro artículo “La gramática oculta del golpismo” (Hoy, 19 de noviembre de 2005), quienes la formularon acabaron contradiciéndose ellos mismos.

Su actuación en aquel trágico momento, ante los hechos consumados, consistió en exigir, junto con otros líderes de la oposición, el establecimiento de un gobierno colegiado compuesto de civiles y presidido por un respetable ciudadano cuya integridad moral nadie ha puesto jamás en entredicho: don Emilio de los Santos.

Mi abuelo afirmó en más de una ocasión que actuó de esa manera, en aquel momento tan crucial para la incipiente y frágil democracia dominicana, guiado por el imperativo cívico de impedir que se instaurase en nuestro país una dictadura militar de consecuencias impredecibles.

Sus detractores no han escatimado sarcasmo alguno a fin de desvalorizar esa explicación, calificándola de burda argucia, de vil subterfugio destinado a esconder no sé cuál designio inconfesable. Y sin embargo, la eventualidad de una dictadura

en la República Dominicana de 1963 no era, ni mucho menos, una hipótesis descabellada e improbable.

Acabábamos de salir de una tiranía de treinta y un años.

Con la ayuda o a causa del “Borrón y cuenta nueva”, la indispensable destrujillización de nuestras instituciones, y por encima de todo de nuestras fuerzas armadas, no había tenido lugar. El margen de maniobra de que disponían en esas condiciones los cuerpos castrenses legados por Trujillo era considerable, como lo reconoció veintiocho años más tarde el propio Profesor Bosch al definir dicho golpe como “la última acción importante del trujillismo” (La Noticia, 26 de septiembre de 1991, “Bosch: país supera época golpes de Estado”), lo que, dicho sea de paso, descarga automáticamente a mi abuelo de toda implicación en aquel golpe. Pues si de algo no se puede acusar a Viriato Fiallo es de trujillista; y si ese golpe fue la “última acción importante del trujillismo”, entonces el archiantitrujillista Viriato Fiallo no pudo haber tomado, como de hecho no tomó, parte alguna en dicha acción.

Pero eso no es todo. No es menester consultar el oráculo de Delfos para saber que la familia Trujillo mostraba un marcado interés por la política dominicana y contaba con fuertes vínculos en nuestras fuerzas armadas. Bastaría con leer lo que el destacado político y combatiente constitucionalista Euclides Gutiérrez Félix revela en la página 237 del interesante libro “Historia gráfica de la guerra de abril”, de Fidelio Despradel: “el hijo de Trujillo, Ramfis, había mandado más de 250,000 dólares en medicina y en ayuda para el movimiento constitucionalista, porque desde el primer momento apoyó al movimiento constitucionalista y obligaba (ya en 1966) a los militares que iban allá a visitarlo a hacerle el saludo a Montes Arache diciendo que era el Ministro de las Fuerzas Armadas del gobierno Dominicano. Eso pueden preguntárselo a Montes Arache”. Termina la cita.

Lejos de estar motivada por una noble generosidad o por un inusitado apego a la constitucionalidad, esta actitud del hijo del tirano obedecía, como de costumbre, a siniestros designios. Y si él mantenía en 1965 y 1966 ese interés por la política de nuestro país, al extremo de recibir visitas de militares, ¿qué no hubiera podido ocurrir en septiembre de 1963, cuando los apetitos políticos y los nexos militares de Ramfis y su familia estaban más frescos y sólidos aún, pudiendo por ende inmiscuirse e influir más fácilmente en las actuaciones de sus viejos amigos y subalternos en el seno de nuestras fuerzas armadas? A esto añádase que Estados Unidos solía no excluir ninguna carta a fin de preservar y consolidar su influencia, como demostró más tarde con Balaguer en República Dominicana y en Chile con Pinochet.

Sea lo que fuere, no era Viriato Fiallo quien, después de haber enfrentado una tiranía como la de Trujillo a lo largo de treinta y un años, iba a dejar de jugarse el todo por el todo, arriesgando su prestigio si fuese necesario, con tal de impedir el nacimiento en nuestro país de una dictadura militar.

El peligro de un régimen despótico de larga duración no pertenecía, insisto y repito, al campo de las hipótesis descabelladas. Dicho peligro tenía incluso nombre y apellido, como me propongo demostrar en la próxima entrega.

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