Visión emocional del problema haitiano

Visión emocional del problema haitiano

Se ha dicho -y se repite- que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. ¿Será cierto?    En verdad, es la masa popular la que permite y apoya que determinados personajes se eleven alto sobre los demás, aunque se ha de puntualizar de inmediato que los pueblos actúan movidos por circunstancias, no obstante  sean eventualmente transitorias y en alguna medida ficticias, usualmente   creadas por astucias políticas y otras veces por una sucesión de estupideces.

La dolorosa trayectoria de los haitianos empieza en África, donde sus iguales los atrapaban como animales salvajes e indefensos, para llevarlos amarrados o encadenados hasta las costas del inmenso continente negro y venderlos como esclavos a comerciantes europeos que los traerían hacinados y aherrojados al Nuevo Continente. Son africanos quienes los venden.

Llegaron a las Américas en los albores del siglo 16. No es que fuesen cobardes: En la Navidad de 1522 estalló una rebelión de esclavos negros pertenecientes a un ingenio de don Diego Colón. Fueron vencidos por los españoles. Unos cuatro años después, en 1526, nos refiere Franklin J. Franco en su libro “Los negros, los mulatos y la Nación Dominicana” que “para frenar las constantes fugas y alzamientos de los negros y que trabajasen con ‘buena voluntad’, concibióse el proyecto de casarlos y libertarlos con sus mujeres e hijos si los tenían, después que hubiesen servido cierto tiempo y dado a sus amos, además, cierta cantidad de oro…” “El proyecto, sin embargo, no fue aprobado”.

¡Qué trayectoria de esclavitud y dolor la de esta gente! Hasta los logros, como su independencia, la primera de Latinoamérica, trajo angustia y crueldad para la población. Así siguió invariablemente bajo distintos regímenes despóticos, ya se denominaran reino, imperio, república… siempre la misma miseria extrema para el pueblo y la riqueza descomunal para el grupo dominante.

Últimamente hasta la Naturaleza ha descargado golpes atroces sobre estos vecinos que continúan forzados a escapar.

Aquel proyecto de 1526, consistente en casarlos y liberarlos con sus mujeres e hijos mediante un acuerdo económico, o sea, darles un estatus legal en nuestra tierra,  todavía no encuentra un equivalente en la situación  actual de los obreros haitianos. Ya sin hablar de esclavitud sino de tratamiento legal, de reglas claras.

El comportamiento del Gobierno y el Pueblo dominicano ante las recientes tragedias haitianas, derramando recursos y todo tipo de ayuda humanitaria, es formidable y podemos enorgullecernos de su rápida y vigorosa espontaneidad.

Nos duele Haití… pero  aunque ayudemos mucho, no podemos hacernos cargo de sus problemas ni acoger sin límites su población. Lo que corresponde es el establecimiento de reglas claras y sostenidas para controlar el paso por la frontera. Hubo un tiempo -terrible- en que cuando se asignaba  un militar o un funcionario a la zona fronteriza significaba un castigo.

Ya no. El negocio de ilegales es próspero y regocijante.

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