Visión fraccionada de un mal general

Visión fraccionada de un mal general

Con la autoridad no se discute. Goza de la fe pública que le concede la ley, sin averiguaciones. El poder asume la verdad de sus agentes aunque le falten razones. Me sorprendió en una inadvertencia corregida al momento, no en una infracción. Era un joven de la AMET. Me pidió cortésmente la licencia, se la di. Con ella, en la parte posterior del auto, levantó la infracción. De regreso entregó la licencia y el acta de citación que tomé sin leer dándole las gracias y marchando a mi oficina. Allí leí lo escrito. Dos crasos errores afloraban, uno al menos supuse involuntario; el otro, no; consigna el motivo de la citación. ¿Ignorancia, inexperiencia o cumplimiento de “órdenes superiores” que le impelía distorsionar la causa para justificar el castigo. Nada insólito, harto frecuente en múltiples casos. Con todo, debió ser más cauteloso. Si quería sancionar la supuesta falta cometida debió citarme correctamente, un día laborable, no festivo: domingo 18 de enero. Cualquier fiscal o juez probo y responsable lo advertiría y anularía la citación haciendo valer el peso de la ley: “Nadie puede ser juzgado ni condenado sin haber sido oído o citado previamente.” Lo que obviamente supone que la citación debe ser regular, reunir las condiciones que la ley requiere.

Si se quería intimidar y extorsionar es lo preocupante y verdaderamente grave. Mientras la AMET, carente de una política pública sistémica que vele por el ordenamiento y mejoramiento del tránsito, educando al ciudadano y respetando la ley y ejerza su autoridad de manera medalaganaria, arbitraria, sin importarle un pito como se observa diariamente cuando secuestran motores por no usar, conductor y pasajeros, casco protector, y al día siguiente permite lo prohibido y que se violen las vías, los carriles, los estacionamientos, los rebases imprudentes, los túneles y elevados y las chatarras circulen como chivo sin ley, convertida esa práctica indeseable en rutina, como sucede con el odioso congestionando de vehículos favorecidos con la luz verde, formando filas interminables para privilegiar el pase irracional de aquellos que violan la luz roja de un semáforo inteligente, provocando con su accionar caótico y desordenado, el total irrespeto de la ley y de símbolos emblemáticos que, respetados por todos, autoridades y ciudadanos, distinguen a un pueblo culto, educado, civilizado, de otro realengo, indolente y violento, alentado por la incompetencia y la dejadez que caracteriza la desidia y falta absoluta de voluntad política, del poder regulatorio para poner orden en la casa.

¡“Pasar en rojo”! ¿Qué dice, cómo? ¿Pasar en rojo? ¡Dónde, si no hay semáforo ni prohibición alguna que impida doblar a la izquierda, siendo la única vía posible para alcanzar la Roberto Sánchez Sanlley viniendo de norte a sur por la Tiradentes! Pero no hay caso, con la autoridad no se discute. Pagare la multa. Me leerán la cartilla para que aprenda a ser un mejor ciudadano, respetuoso de la ley. Pero el problema es solo un mal menor fraccionado de un malestar mayor que nos abruma donde la banca pierde y se ríe.

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