Cuando tomamos el puente flotante para ir al otro lado de la ciudad, nos topamos casi inmediatamente, con esta placita al margen del impetuoso y profundo río Ozama. Tiene vigilancia y parece que está cerrada, pero no es así.
Puedes entrar al restaurante Café del Río a cenar y mirar el otro lado -si depende de dónde te ubiques-, o aprovechar cualquiera de los conciertos que aquí se celebran, la mayoría electrónicos, para que conozcas esta plaza y disfrutes mirando donde el Ozama se entrega definitivamente al mar.