Visor y visión elocuentes de Miriam Calzada

Visor y visión elocuentes de Miriam Calzada

MARIANNE DE TOLENTINO
Cuando Claude Bouret, comisario de la muestra de Théodore Chassériau, descubrió en Santo Domingo obras de Miriam Calzada, quedó muy impresionado y las comentó con entusiasmo. Su tema era el paisaje, uno de los puntos fuertes –y por cierto premiados- de la fotógrafa.

Si el experto en estampas y fotografías de la Biblioteca Nacional de Francia hubiera visto “Puerto Plata, Plata Plata”, se le hubiera revelado una faceta distinta de esa excelente artista del lente: el tema humano, con una multitud de detalles, que obligan a mirar cada imagen una y otra vez .

Son diez fotografías, generalmente de formato amplio, que se alojan en varios espacios informales, y que uno va descubriendo, al caminar, como la artista del lente observó y retrató instantes de vida, desde el aire o paseando por las calles y el malecón de Puerto Plata. La exquisitez del conjunto nos reafirma que pocas obras pueden hacer una gran exposición, y sobre todo que Miriam Calzada ya tiene una sorprendente riqueza de repertorio, con la misma calidad, reconocida en sus enfoques de la naturaleza. Cada fotografía tiene su historia…

UN HOMENAJE A LA VIDA

Queremos señalar que Miriam Calzada tampoco se aparta del paisaje. Tres fotografías pertenecen a la simbiosis de documento y creación que definen sus visiones del entorno y la naturaleza. No obstante, la presentación de esos lugares en el contexto de la exposición adquiere una significación esencial: para quienes desconocen la situación geográfica y el perfil arquitectónico de Puerto Plata, se les sitúa en diferentes perspectivas.

Una vista aérea capta casi a modo de plano el centro urbano, con la catedral, el parque y su famosa glorieta. Muy hermosa toma que enfatiza el elemento espacial, ahora espacios citadinos. Una foto panorámica, lograda con un gran angular, despliega el Puerto en lo horizontal, mostrando simultáneamente el relieve de las montañas, el diseño de la costa, la infinidad del mar, y por supuesto la extensión urbana. Evoca aquellas postales ya antiguas que los vacacionistas enviaban a sus familiares.

La tercera propuesta paisajística es pura arquitectura: “Royal”, un edificio pétreo, que orgullosamente enarbola su fecha de construcción (1920), enseña un neo-clasicismo de estilo Art Nouveau, con antepecho, balcón abalaustrado y labrados ornamentos. No falta aquí la connotación de prosperidad y esplendor pasados, y simultáneamente de preocupación por preservar los valores municipales.

Ahora bien, aunque Miriam Calzada en esta secuencia se interesa más por el tema humano y sociológico, mantiene en casi todas las obras elementos del hábitat local o del paisaje. Aunque figuren a modo de telón de fondo, siempre se integran a la escena y forman parte de encuadres precisos.

El mar es el ambiente real y poético, Atlántico sentimentalmente relacionado en la metáfora popular con la ciudad, y por tanto consonante con la pareja de novios de “Chaperona” o los alegres familiares de “Puding”. Las casas –originales o reconstruidas-, a la vez románticas, republicanas y típicamente antillanas, son el marco histórico y contribuyen al encanto estético de las imágenes. Notamos mucha sutileza en esos toques de ecología marítima o de identidad vernácula.

Las escenas de calles, de parques, de malecón, constituyen testimonios y reportajes aun, si adoptamos la definición del ilustre y recién fallecido fotógrafo Henri Cartier-Bresson: “El reportaje es una operación progresiva de la cabeza, del ojo y del corazón”. Miriam Calzada ciertamente trabaja con la inteligencia, la percepción y la afectividad. Ella quiere a sus protagonistas, y es un placer escucharle hablar de los parroquianos del “Café” cervecero, de la “Bandera”, su dignidad y su negocio callejero, o de la joven “Chaperona”, nuevo concepto de la vigilancia.

Objetiva y subjetiva, la minuciosa artista relata a su manera fragmentos de vida, que se encuentran en cualquier momento, en cualquier esquina. Los sorprende, en la intimidad de enamorados (“Glorieta y “Chaperona”), de comensales (“Café), de compañeras de juego (“El árbol de las niñas”), en la festiva celebración de un cumpleaños (“Puding”), hasta en la visita nocturna a la “Botica”. Pero leemos el mayor respeto, la simpatía y a menudo un acento de ternura. Nadie podría ofenderse porque fijaron un segundo de su vida… sin haber pedido permiso. Lo que hubiera anulado la espontaneidad de esas fotografías ricas y…generosas. La fotografía de Miriam demuestra que se interesa sinceramente por la gente, por sus actividades, por su autenticidad, y que de ningún modo los quisiera molestar ¡Ella sabe acercarse!

UNA FOTOGRAFÍA MUY ESPECIAL

A veces el espectador se apropia de una imagen, la mira, la admira, sin sentir el deseo de volver hacia ella y redescubrir sus atractivos. Basta una apreciación global por positiva que sea. Aquí todas las obras –aun los paisajes- merecen que las analicemos, que nos fijemos en cada fisionomía, en cada matiz expresivo, en cada detalle. Provocan el comentario y el diálogo, a pesar de que su compromiso no se relacione con un drama de la actualidad, sino más bien con la felicidad, con el derecho a ser feliz en nuestro trastornado mundo.

Como el espacio no alcanza para satisfacer el anhelo del comentarista, escogeremos una fotografía en particular: “El árbol de las niñas”. Es un delicioso poema visual a la naturaleza y a la juventud. El portentoso árbol, de ramales barrocos y despojados de follaje, parece viejo de centurias y simbolizar la perennidad.

Contrapunto en el tiempo, están las dos lindas niñas que se treparon y observan sonrientes. Pero abajo, hay otras dos niñas jugando, segundo contrapunto y elemento rítmico. En esta composición tan bien organizada, en un plano posterior más niños van camino o regreso de la escuela, signos y siluetas dinámicos

La mirada nuestra sigue aquel itinerario por “actores” de la juventud y una visión del porvenir. A media distancia, camina la marchanta –o sea la vigencia de la tradición, como el árbol metaforiza la permanencia del tiempo–. Y las casas victorianas, con sus calados de madera, en alineamiento frontal, se convierten en el trasfondo de la historia. No se terminará de descubrir detalles, abiertos a una lectura discrecional, así la cabellera larga de la preadolescente o florales escobillas rosadas en el suelo.

Miriam Calzada, en “Puerto Plata, Puerto Plata” pone de manifiesto que la fotografía puede ser tan sugerente y gratificante como la pintura. Ya, en los albores de ese arte, el famoso pintor neoclásico Ingres –en pleno siglo XIX- afirmaba: “La fotografía es algo muy bello, pero no se debe decir” ¿Quién teme hoy elogiar el caudal en factura, concepto y estética, de la fotografía? Y, en esta oportunidad, nos referimos a las fotografías de una artista dominicana.

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