Vistiendo limones

Vistiendo limones

Hace poco estuve, no me pude librar, en una actividad social de esas que hace tiempo creí desaparecidas. Desde el primer momento se produjo en el lugar una separación irreconciliable entre los sexos. Hombres aparte, las mujeres presentes emplearon la noche comentando las características de los centros de mesa de las bodas más concurridas, los colores que eran considerados «chopos» y hasta el tipo de alimento que ya no es considerado elegante.

No era mi ambiente favorito, pero resistí por cariño a mis anfitriones. Sin embargo, la consideración que me reprimía sujetándome al sillón se deshizo cuando escuché sobre la nueva indumentaria para limones. Casi media hora fue invertida en la descripción del atavío que resulta «imprescindible» poner a los limones, luego de cortarlos, antes de llevarlos a la mesa. Se mencionaron todos: los lavables y los desechables, los tejidos y los que lucían como gorritos de baño, incluso los que venían decorados con «pasacintas» y lacitos integrados. Entonces me despedí, calculando cuánto tiempo libre debe tener una mujer para pasarse los días vistiendo limones.

Días después pude disfrutar en casa de «Mona Lisa Smile», una película de reciente estreno que trata el tema de la disyuntiva que la colectividad de los años 50 planteaba a la mujer de la época: conformarse con el rol tradicional de ser esposa y madre de familia o asumir una postura más progresista ante la vida eligiendo también una educación superior. Fue inevitable para mí disgregar sobre la vestimenta para limones y las opciones que la sociedad presente ofrece a la mujer, particularmente a la mujer dominicana. Y aunque el sólo planteamiento de la alternativa «familia o carrera» se estimaría, incluso en nuestro país, como una referencia puramente histórica para buenos guiones cinematográficos, el recuerdo de aquella conversación hacía controvertida tal idea.

Parecería que la proliferación legislativa en una parte importante del mundo actual sobre cuestiones relacionadas con la mujer, mas las campañas, cuerpos internacionales de protección y movimientos destinados a la difusión de la misma, van logrando que sea materia de pura preferencia personal el tipo de vida que la mujer puede elegir para sí. En nuestro país, por ejemplo, se cuenta con abundante legislación dirigida a tutelar derechos del sector femenino. Desde la suscripción de tratados internacionales sobre concesión de derechos políticos y civiles, nacionalidad, limitación del trabajo nocturno, igualdad de remuneración, empleo en trabajos subterráneos, contra la discriminación y para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, hasta disposiciones constitucionales y adjetivas que se suman a las antiguas leyes y ordenanzas que la autorizaban a ejercer el Comercio y la abogacía y que le concedían «plena capacidad de los derechos civiles». Leyes más recientes están relacionadas con el castigo a la violencia contra la mujer, la proporción femenina de representatividad en cargos electivos, la fijación del domicilio conyugal y la administración de los «bienes reservados», la igualdad en derechos para representar el núcleo familiar, la prostitución y hasta con el régimen penitenciario de las prisioneras.

Sin embargo, en países como el nuestro, donde es posible percibir estos avances en la condición de la mujer que puede elegir su porvenir, aún quedan muchos pasos que dar en la garantía de un lugar de respeto en la población. No sólo en aspectos tan precisos como los señalados, sino también en las actitudes personales. Porque mujeres admirables que desempeñan sin desmayo la exigencia de equilibrio social tenemos, pero aún son pocas. Todavía hacen falta mujeres más activas que elijan pensar, hacerse sentir, dar la batalla y desplazar a quienes no han sido capaces de adaptarse a esta identidad. Pero sobre todo, porque aún hay mujeres que eligen pasar los días vistiendo limones.

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