Vivimos en un basurero

Vivimos en un basurero

MARIEN A. CAPITÁN
El domingo pasado, mientras caminaba el malecón para descubrir que la basura ha regresado de la mano del mar y de todos los ciudadanos maleducados que tiran sus desperdicios sobre los arrecifes, me quedé observando cómo un turista paseaba por el medio de la calle. Absorto, mirando a uno y otro lado, su mirada se detuvo al descubrir los edificios abandonados que están junto al Cinema Centro.  Posteriormente el señor cruzó la calle. Fue hasta la playa de Güibia, hoy menos sucia que ayer (los comerciantes la están limpiando diariamente pero ni así logran mantenerla limpia), y se lamentó al descubrir cómo la arena y los arrecifes estaban cubiertos de basura. Su mirada estaba triste. Nadie espera encontrar un espacio que, bañado por la belleza de las palmeras y el mar azul, esté salpicado de desechos.

Lo que el señor no sabe, porque no vive aquí, es que incluso nuestra sociedad está salpicada por la m… (palabra impublicable, disculpen). Amén de que el problema de la basura del malecón nunca se resolverá mientras haya barrios enteros que lancen la basura en las aguas del siempre contaminado y asqueroso río Ozama (todos sabemos que es de su desembocadura que llega la basura hasta el mar), lo peor de todo es que a nadie parece importarle lo que suceda aquí.

Por ejemplo, a pesar de las mil pruebas que las autoridades puedan tener contra alguien, tenemos la justicia más tuerta del mundo: sólo le sirve el ojo que sirve para juzgar a los miserables y desvalidos; el otro, el de los Ramoncitos, los Radhamés Ramos, los Pepitos, los Renoves, los Pemes… y todos aquellos que tengan cierta influencia económica o legislativa.

En este país estar libre bajo fianza es recuperar la respetabilidad, la decencia y el honor. No importa a cuántos se haya engañado, da igual lo que haya pasado o el escándalo que se cierna sobre el presunto culpable: si tiene dinero, como en este país las causas pendientes nunca se retoman, estará salvado. 

En caso de que no tenga dinero pero sea militar, tampoco tendrá grandes contratiempos. Los rangos, como los ceros, compran muchas conciencias. Pruebas hay muchas. Casos, demasiados.

Sólo los acusados por narcotráfico suelen terminar encarcelados. Como la DEA generalmente baila en esos tinglados, es imposible hacerse ciego y sordo ante las evidencias. En el resto de los casos, si te he visto no me acuerdo.

Para ilustrar mis palabras vale pensar en el caso de Vladimir Pujols, responsable del asesinato de varias personas en Azua, un delincuente que la Policía Nacional ha sido incapaz de apresar porque sus “ayudantes” le permiten huir cada vez  que los uniformados están cerca de sus pasos.

Pero si lo de Vla -tal como le dicen- es inaudito, lo de las bandas de narcos que moran en los barrios de la parte alta es terrible: a golpe de tiros, amedrentamiento y sobornos, han hecho de la impunidad una ley.

Aunque todos los moradores de las zonas en las que operan saben lo que hacen y aborrecen sus operaciones ilícitas, nadie se atreve a meterse con ellos. Y la Policía, la que está llamada a defendernos de esa gente, se hace la vista gorda porque no se atreve a entrar en los suburbios en los que ellos reinan. Tampoco, porque todo hay que decirlo, investigan demasiado: de hacerlo, saben que la mierda (perdón, pero finalmente tengo que decir la palabra) también les salpicará a ellos.

Quizás por esa razón Nino Cuboy fue enterrado como un héroe y no como el delincuente que siempre fue. Da pena ver que hasta colocaron sobre su ataúd una bandera, un símbolo que sólo debe utilizarse para despedir a los hombres que han honrado con su vida y con su ejemplo a esta patria que se duele y se confiesa ante el Señor cada mañana.

Da rabia, mucha rabia, pero definitivamente vivimos en una sucia cloaca. De país nos queda poco. De sociedad, mucho menos. Somos, aunque muchos no lo quieran ver, un montón de egos e influencias que se pasean por las calles de una isla que una vez fue grande, muy grande.

m.capitan@hoy.com.do

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