Vivir bajo el mismo techo a pesar de las prohibiciones y prejuicios

Vivir bajo el mismo techo a pesar de las prohibiciones y prejuicios

RABAT. Vivir en pareja bajo el mismo techo sin estar casados constituye un desafío cotidiano en un país de mentalidad conservadora como Maruecos, donde el concubinato es pasible de cárcel.

En un viejo apartamento del barrio Hassan, de Rabat, Ibtissam Lachgar y su amigo Sufian Fares viven juntos desde hace más de dos años. Puertas adentro, sin mayores problemas. «Vivo relativamente bien mi libertad sexual.

Por ahora los vecinos no molestan. Pero eso puede deberse a que soy dueña de mi apartamento», dice Lachgar, cofundadora en 2009 del Movimiento Alternativo por las Libertades Individuales (MALI).

Pero «las cosas se vuelven más complicadas» afuera, «si decidimos pasar la noche en un hotel, por ejemplo. Nos solicitan una partida de matrimonio…» y por eso la pareja prefiere ir a de amigos o conocidos, cuenta la mujer.

Lachgar participó en diciembre pasado en un «kiss-in» frente al Parlamento para denunciar la detención de una pareja de adolescentes en Nador (noreste), que se había atrevido a subir a Facebook una foto dándose un beso.

Unas cuarenta personas, entre las cuales había diez parejas, acudieron a ese encuentro simbólico. Pero inmediatamente fueron enfrentadas por contramanifestantes musulmanes, que las acusaban de «ateísmo».

Los dos adolescentes fueron liberados, pero con una «advertencia» del tribunal. Sufian Fares, sentado junto a su compañera, dice asumir sus decisiones y sus actos, aunque las leyes marroquíes prohíban las relaciones sexuales fuera del matrimonio, para las que se prevén penas de un mes a un año de prisión.

«Es una elección personal por completo asumida, aunque sea difícil en una sociedad conservadora», subraya este estudiante de Derecho.

«Ser discreto». En Casablanca, la ciudad más grande de Marruecos, con cinco millones de habitantes, Ghassan Hakam y su compañera Fanny Dalmau viven juntos desde hace ya tres años. Pero ni siquiera la gran ciudad les garantiza el anonimato que desean.

«Tratamos de ser discretos cuando paseamos por el barrio, pero siento las miradas aunque no nos digan nada», dice Hakam, quien prepara una tesis sobre el teatro marroquí.

Fanny, de nacionalidad francesa, cree que «las cosas hubieran sido mucho más difíciles de haber sido marroquí», pues «hubiera sufrido mucho más las miradas y los prejuicios».

«¿Acaso le causo un problema a la sociedad por vivir con la persona que amo sin tener un acta de matrimonio?», se interroga el muchacho.

«Normalmente, la ley está para impedir el mal y pienso que no cometo ninguno», añade. Karim, un joven empresario recientemente instalado en un barrio popular de Rabat, se encuentra en el mismo caso. «A causa de las miradas de los vecinos y de los demás habitantes del barrio, ya no vivo con mi compañera», lamenta, y fustiga «las miradas llenas de prejuicios de los hombres en el café de los bajos del edificio».

En diciembre de 2012, veintidós asociaciones feministas solicitaron la derogación del artículo 490 del código penal, que atañe a «todas las personas de sexo diferente que, no estando unidas por el lazo del matrimonio, mantengan relaciones sexuales entre ellas».

«No estamos a favor de esta despenalización porque esas relaciones sexuales atentan contra los fundamentos de nuestra sociedad», había declarado entonces el ministro de Justicia, Mustafa Ramid, del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD, islamista).

Según un estudio realizado por el ministerio de Salud en 2007, un 36% de los jóvenes varones marroquíes afirma tener relaciones sexuales sin haberse casado, pero sólo el 15% de las chicas dice lo mismo. La edad media del matrimonio, según el mismo estudio, es de 30 años para los hombres y de 26 para las mujeres.

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