Vivir en el presente o vivir para el presente

Vivir en el presente o vivir para el presente

Las personas responden a estímulos mediáticos. La cultura de la prisa en la que vivimos nos hace esclavos de asumir el presente con una angustia vital que, consumimos y gastamos como si fuésemos a morir mañana. El presente se consume a través de lo visual, del entretenimiento, del goce, el confort, de la imagen que se fija en nuestras pupilas y estimula al cerebro, inhibiendo la dopamina el neurotransmisor del placer, de la alegría, del impulso momentáneo para sentir la seducción y la auto-gratificación del presente. Literalmente, hoy se vive para el presente. Lo viven los adolescentes, los jóvenes, los adultos, y aquellas personas que no alcanzan la madurez y la sabiduría de la vida. El neofilismo (consumir todo lo nuevo sin ninguna reflexión moral) es lo que ha puesto de rodillas a millones de personas; un ejemplo de ello han sido las redes sociales, los juegos, las compras por Internet, las deudas masivas con el dinero plástico, llevando a las personas a la nueva epidemia de la adicción a compras compulsivas.
Por otra parte, vivir para el presente también se expresa a través de la cultura del facilismo social, de donde se logran las cosas de forma rápida, ligera o en el breve tiempo, con poco esfuerzo, sin la constancia del trabajo, ni la disciplina, ni la inversión para madurar el proceso, ni reconocer la espera, ni aprender a la compleja sensación-sentida que integra el futuro o el pasado, para desarrollar la sabiduría en reconocer los límites, valorar la prisa, medir consecuencia y ser prudente en el concepto de “vivir en el presente” que no es lo mismo de “vivir para el presente”.
El hombre de hoy, víctima de ese inmediatismo, y de esa cultura de la prisa ha decidido relativizar sus valores, despersonalizarse, vivir sin resaca moral, sin dignidad, sin utopía y sin asumir paradigma. El presente se le ha impuesto al hombre, de forma tal, que ha perdido la identidad, los principios y las causas que fortalecen la voluntad. Es así que hemos llegado a la claudicación, a la renuncia, al aborto y la negación de los hombres, a “vivir para el presente” y no “vivir en el presente” sin renunciar al pasado. Algo así les cambió la vida a Daniel Ortega, presidente Nicaragua; a Lula da Silva, de Brasil; Evo Morales de Bolivia, el hundimiento de Venezuela, la inadaptación y rigidez del modelo cubano, el pragmatismo de una Latinoamérica que había apostado a una generación que podía aprender a vivir en el presente, motivado y empoderado para asumir un futuro que, fortalecía la democracia, las instituciones, los derechos, la educación, la salud, el Estado de derecho, la equidad, los valores, la nueva visión de hacer política sin nepotismo, sin dictaduras, sin comprarle la libertad a los ciudadanos.
Los que observamos al mundo y sus cambios, olfateamos una Latinoamérica más limitada, más corrupta, más desigual, más excluyente, menos cohesionada y menos libre. El pragmatismo social se ha unido a la visión mediática de enseñarles a las personas a consumir el presente a través del populismo, el clientelismo, el acatamiento, la inmediatez y de la renuncia de pensar o reflexionar para alcanzar la madurez o la sabiduría para cambiar.
El presente nos va enseñando la crisis del hombre nuevo: relativista, personalista, egocentrista, desvalorizado, pragmático, patológico y reproductor de sueños mediáticos. Vivir en el presente representa la motivación y la sensación-sentida, junto a la esperanza de cambiar las mentalidades, las viejas mañas de dejarse conquistar por un vivir para el presente a costa de los que no tienen ni presente, ni futuro. Es una gran pena y una gran desesperanza. El pragmatismo ha enterrado vivir en el presente.

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