Vivir en la mentira

Vivir en la mentira

En entrevista concedida por Juan Bosch al periodista Luis Báez en La Habana, publicada en la revista Bohemia en enero de 1975, éste proclamó un compromiso personal. Dijo entonces: “No moriré en la mentira”. Lo que menos sospechaba era que los seguidores del boschismo adoptarían la mentira como estandarte cuando les tocara administrar el Estado. Día a día surgen evidencias de cómo se reitera el discurso mentiroso entre los funcionarios gubernamentales.

La mentira es una declaración falsa realizada por alguien que espera que los oyentes la crean. Como la del presidente Fernández al decir que está realizando una revolución educativa cuando, en realidad, somos el país del mundo con peor comportamiento en ese sector.

Mentira es la falta a la verdad con intención de engañar. Como cuando se dice que la segunda línea del Metro se hará con los ahorros obtenidos de la fracasada  primera línea del tren urbano.

Mentira es la acción que implica un engaño intencionado y consciente. Como cuando se aprueba una Constitución que prohíbe la repostulación del Presidente de la República por otro período consecutivo y el ministro Freddy Pérez se dedica, con fondos públicos, a promover públicamente la reelección del doctor Leonel Fernández.

Mentira es expresar una afirmación a sabiendas de que es falsa y oculta la verdad. Como cuando el ingeniero Diandino Peña anuncia la puesta en marcha de las rutas alimentadoras del Metro mientras ha optado por utilizar el dinero destinado para la compra de los autobuses para levantar un enorme edificio en beneficio de sus constructores asociados.

La mentira se distingue del error en que la equivocación no busca el engaño, aunque la mentira sí. Como cuando el Poder Ejecutivo aprueba otro plan de renovación de vehículos a transportistas que fueron condenados como desfalcadores del Estado en los tribunales de la República. Mientras se conceden estos privilegios, la estatal Oficina Metropolitana de Servicio de Autobuses es conducida a la inevitable quiebra.

La mentira en acción se llama hipocresía. Como cuando el alcalde Roberto Salcedo  gana la copa Pinocho al declarar que renovará 12 kilómetros del malecón capitalino mientras no ha sido capaz, en cinco años, de adecentar el pequeño parque Hostos.

Mentira es la manifestación contraria a lo que se piensa, se sabe o se dice.

Como cuando el presidente Fernández anuncia en California que los empresarios estadounidenses quieren invertir en el país mientras American Airlines anuncia que suspenderá sus vuelos desde Puerto Rico y el incremento de los apagones eléctricos tiene a los pequeños negocios al garete.

Se cae en la mentira cuando la intención es causar una acción en contra de los intereses del pueblo. Como cuando la dirección de lucha contra la corrupción denuncia el saqueo del erario por parte de funcionarios del gobierno y los casos  nunca llegan a juicios de fondo en los tribunales de la República.

Mentira es mantener una idea en desacuerdo con la verdad para inducir a otros al  error. Como cuando el Ministro de Interior, Franklin Almeyda, promete “pulverizar” la delincuencia con el plan Barrio Seguro y distrae los equipos y recursos destinados para ese fin para impedirlo.

Mentira es el acto de simulación para el cual no se necesita decir palabra alguna. Como cuando el Presidente Leonel Fernández anuncia que equipará a la Policía Nacional para luchar contra el narcotráfico y esa ayuda va a parar a manos de los militares y policías vinculados con la delincuencia.

Para que se den auténticas mentiras tiene que haber intencionalidad moral. Como cuando se sustituye al jefe policial Guzmán Fermín para frenar las ejecuciones sumarias y bajo la nueva jefatura del general Polanco Gómez el promedio de intercambios de disparos genera más de una víctima por día.

La gravedad de una mentira viene definida por la intención que la motiva y los efectos que provoque. Como cuando se quieren poner los fondos de pensiones de los trabajadores en manos de un grupo de constructores vinculados al gobierno para, supuestamente, construir viviendas, sin garantía alguna de que ese capital  no vaya a utilizarse en la segunda línea del Metro, como ya se había intentado tiempo atrás.

Los boschistas de ahora, viven y morirán en la mentira.

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