Vivir juntos no es ser lo mismo

Vivir juntos no es ser lo mismo

Checoslovaquia era un país, eso aprendí de niño. Nadie nos dijo en esa geografía memorista que el país checo y el país eslovaco eran dos cosas diferentes. ¿Muy diferentes? Sí y no. Sí porque Eslovaquia y la ahora llamada República Checa tienen más de mil años de historia de diferencia y sólo unos 70 años de historia en común. Los eslovacos, etnia diferente a los checos, por ejemplo, tienen más historia en común con los húngaros, por los cuales, en algún momento, fueron sometidos. Fue en 1920 cuando con el tratado de Trianon formaron una unidad, ese país una vez llamado Checoslovaquia.

Los recurrentes ataques alemán o ruso contra ambos países hicieron que su unión se mantuviera. A tal punto que, hoy por hoy, checos y eslovacos se ven los unos a los otros como países hermanos. Casi la misma lengua y más o menos las mismas costumbres. Muchos países con conflictos culturales fuertes, como Reino Unido (tema con los irlandeses y los escoceses), España (con los vascos, y ahora con la amenaza de secesión catalana) los canadienses (y su eterno tema con los “québécois”) han ido a aprender cómo el divorcio entre la República Checa y Eslovaquia ocurrió sin trauma, a tal punto que en una encuesta le preguntaron a los checos “Fuera de tu país, ¿dónde te gustaría vivir?” y la respuesta mayoritaria fue en Eslovaquia. Y no, no son lo mismo, ni tienen por qué serlo, por eso se separaron amigablemente en el año 1993.

El caso más apremiante en cuanto a diferencias entre países es el casi eterno conflicto entre palestinos e israelíes. Una larguísima historia que según los gustos (o las manipulaciones ideológicas) puede llegar tan lejos como el antiguo testamento -que por cierto es común para judíos, árabes y cristianos-. En la boda judía de una amiga, me sorprendió ver cómo la comida servida era tan similar a la que los dominicanos atribuimos casi exclusivamente a palestinos, sirios y libaneses. ¿Cómo es que palestinos y judíos no pueden convivir en esas tierras?

Los estados y las naciones, como enseña la complicada historia europea, no tienen que ser idénticas para convivir en paz. En países con historia diferente, nada tiene que llevar al enfrentamiento, como quisiera (o advierte) quien argumenta amar a RD pero pretende dejarnos como herencia el augurio de una guerra a la que nos urge prepararnos. Vivir juntos, en dos países, en la misma isla, no significa que tenemos que ser lo mismo, ni mucho menos que estemos abocados a un enfrentamiento (o a una supuesta fusión).
Haití y RD tienen caminos diferentes. Nada hace pensar que eso tenga que cambiar. Compartimos una historia, la de resistir ante las potencias y la de enfrentar la esclavitud. Y tienen un destino común: procurar para sus habitantes bienestar y progreso, para eso no tenemos (ni seremos) lo mismo. El que dice lo contrario mete miedo para lucrar políticamente de ello. Simple.

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