En el prólogo de su libro “Hostos, El Sembrador”, Juan Bosch, exiliado en Cuba, a la edad de 29 años confiesa: “El hecho más importante de mi vida, hasta ese momento, fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, unos 35 años después de muerto.”
Narrador de cuentos fantásticos envueltos en tragedia, la muerte tan solo una ficción, no existe.
El propio autor lo revela cuando encargado de supervisar el traslado a maquinilla de todos los originales de aquel maestro de excepción “apareció vivo ante mí a través de sus obras, sus cartas, revelándome su intimidad” dando sentido a su vida, asimilando sus enseñanzas, sus valores y virtudes, resultando ser su mejor discípulo, honrando con su vida toda y su obra la memoria del Insigne Educador, Patriota, Humanista, porque hombres así nunca mueren; perduran en la memoria de los pueblos y ¡ay! de aquel pueblo ingrato que olvide.
En nuestro país, Eugenio María De Hostos, el idealista, el obstinado, el libre pensador enamorado de la ciencia, perseguidor de la razón y de la verdad científica, fundó la Escuela Normal de Santo Domingo en 1879, instaurada por decreto del gobierno provisional del egregio General Gregorio Luperón, su fiel amigo, iniciando con ella su gran labor patriótica, educativa y pedagógica, entrelazando países hermanos, convencido de que la educación de los pueblos constituye la base esencial, imprescindible para construir la cadena de relaciones sociales necesarias que permite su crecimiento espiritual y su desarrollo económico, social e individual, siendo el individuo parte indisoluble de la humanidad y su destino.
Eugenio María de Hostos, nacido en 1839, en Río Cañas, un campito de Puerto Rico, vivió aquí con nosotros y aquí pidió ser sepultado. Amó nuestra tierra y a su gente, siendo sus restos mortales trasladados por disposición del Presidente Jorge Blanco al Panteón Nacional, donde descansa junto con nuestros patricios, héroes y mártires, hasta tanto su Puerto Rico del alma, sea libre e independiente.
Adolorido por su pérdida, Máximo Gómez, Libertador de Cuba, compañero de sus luchas libertarias, conocedor de sus afanes, su devoción y amor a la patria adoptiva produjo en su exequias un conmovedor panegírico: “Los dominicanos, que quizás tengamos muchos defectos, pero no somos ingratos, se han reunido alrededor de la tumba del Maestro…, ellos, mejor que nadie, escribirán la historia de aquel hombre ilustre, cuyo recuerdo no olvidaremos nunca.”
Honrando esas palabras admonitorias, en ocasión del 113 Aniversario de su desaparición física , la Academia de Ciencias de la República Dominicana, la Universidad Autónoma de Santo Domingo y las logias hostosianas y autoridades de Puerto Rico y de Santo Domingo, agotaron un extenso y lucido programa de recordación y reconocimiento al benemérito Maestro, hombre de bien y de justicia que nos enseñara con su vida y con su obra la esencia de su doctrina hostosiana, practicar el bien, cumplir los deberes cívicos y morales en todo momento “pues el mérito del bien está en ser hecho, aunque no sea comprendido, ni estimado, ni agradecido, y .¡vivamos la moral que es lo que hace falta!