Es muy triste ver cómo en nuestros días, cada vez son más los matrimonios que terminan en divorcio, con cónyuges amargamente disgustados y niños confundidos. Me atrevo a decir, que la mayoría ha sido porque una de las partes, o ambas, ignoran las reglas del gran libro de Dios para un matrimonio feliz.
Es primordial establecer un hogar independiente. Los que se casan deben dejar padre y madre y establecer su propio hogar, aún cuando las finanzas exijan que sea en un apartamento de una sola pieza. Única y exclusivamente la pareja es la que debe decidir sobre estos asuntos. El objetivo del matrimonio debe ser la fusión de caracteres, que lleguen a ser uno y que se ayuden mutuamente. La mujer se sentirá protegida por su esposo y él se sentirá ayudado por su esposa, especialmente en la enfermedad y en los problemas.
Otro punto importante es continuar (o tal vez revivir) las cortesías propias del noviazgo durante la vida de casados. Un matrimonio de éxito no ocurre por arte de magia: debe desarrollarse. No demos por sentado el amor de su cónyuge: expréselo o de otra manera, la monotonía destruirá el matrimonio. Ocúpese de que el amor crezca o de otra manera morirá y terminarán separándose. Por eso, pasen tanto tiempo como sea posible haciendo cosas juntos, si se quieren llevar bien. Aprendan a saludarse con entusiasmo. Tomen momentos de descanso, coman, conversen y salgan a pasear juntos. No descuiden las pequeñas cortesías, y los pequeños actos que puedan realizar para animarse el uno al otro y para demostrarse afecto. Sorpréndanse mutuamente con pequeños regalos. Trate cada uno de sobrepasar el amor del otro. No retiren del matrimonio más de lo que depositan en él. El divorcio en sí mismo no es el principal destructor del hogar, pero sí lo es la falta de amor. Si se le da una oportunidad, el amor siempre triunfa.
Se dice que alegría compartida es doble alegría y que tristeza compartida, es media tristeza, solo porque el amor, es un verdadero bálsamo para el alma, en este tiempo de presiones y desilusiones.
No olvidemos que Dios mismo nos unió en matrimonio y el plan de él es que permanezcamos juntos y felices. Él traerá felicidad y amor a nuestras vidas si obedecemos sus reglas divinas.
Permanecer enojados el uno con el otro por ofensas pequeñas o grandes, es muy peligroso. A menos que se resuelvan de inmediato, aún los problemas más pequeños se arraigan en la mente como convicciones y actitudes que afectarán adversamente toda nuestra filosofía de la vida. Por eso Dios nos pide que eliminemos todo enojo antes de retirarnos a dormir, y que seamos lo suficientemente nobles para perdonar y decir con sinceridad: “Perdóname”. Después de todo, nadie es perfecto. Además, reconciliarse es una experiencia muy agradable, y tiene un poder extraordinario para mantener la unión matrimonial.
El matrimonio es para amar. Y amar es donación. La medida del amor es amar sin medida. No olvides: amar ya es recompensa en sí. Amar es buscar el bien del otro: cuanto más grande el bien, mayor el amor, y los hijos son la plenitud del amor matrimonial.