Vivo, mejor

Vivo, mejor

Era preferible someter y apresar a Osama Bin Laden. Muerto, lanzados sus restos en el mar, carece de valor político. Los estrategas –militares y de la inteligencia estadounidense- ripostarán señalando que con su desaparición terminan sus amenazas. Las de él, argüiremos, sin duda. Se incrementarán, sin embargo, las de Ayman Al Zawahiri, probable sucesor de Bin Laden. Y de centenares, sin duda miles, de fanáticos musulmanes.

Este es un pleito de nunca acabar. Discrepo de cuantos prevén una época no distante de pavorosas confrontaciones de cristianos y mahometanos. Una lucha, fiera en oportunidades, sorda a veces, se ha librado entre fanáticos de ambas creencias. Las cruzadas medievales son la más elevada expresión de nuestros milenarios desacuerdos. Los cristianos nos avenimos, tarde aunque a tiempo, a las enseñanzas de Jesús, que piden perdonar siete veces siete al que nos ofende.

Los musulmanes aprendieron temprano que la expansión o sostenimiento de sus creencias se basan en la imposición. No han variado un ápice estas seculares inclinaciones. Hubo días de condescendencia, como los vividos en una etapa de la España mora. En las naciones africanas y asiáticas, en cambio, usaron y usan el látigo para que a Dios le llamemos Alá y lo invoquemos desde minaretes.

Se desaprovechó la frágil alianza generada por el interés de naciones árabes de expulsar a Irak del territorio de Kwait. En Afganistán nos envolvimos en la guerra de talibanes y no talibanes, en vez de utilizar las armas del desarrollo como cara beatífica de Occidente. Y ahora, la información que cuenta que, tras peripecias infinitas de búsqueda imparable, matamos a Bin Laden.

En pocas palabras, compramos una careta de feo y ésa es la que lucimos al mezclarnos con los pueblos musulmanes. Admito –y lo hemos dicho- que lejos de persuadir, imponen sus creencias. Mas el disparo que nos dicen fue lanzado contra el legendario terrorista, no atemorizará a los muy indoblegables seguidores.

Por consiguiente, si y no. Se ha salido del hombre al eliminarlo físicamente, conforme se nos dice. La eliminación física, empero, no disminuye el ímpetu de los que desean aniquilar pensamiento y cultura occidentales. Una prolongada exhibición del temido terrorista –digna aunque justiciera-, hubiera sido preferible.  

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