Vocaciones incómodas

Vocaciones incómodas

La semana pasada fui sorprendido con una noticia extraordinaria: yo había ganado el Premio Nacional de Literatura 2017. Desde hace varios años soy mencionado entre los posibles ganadores de ese premio. En una ocasión un periodista me dijo: “estuviste a punto de ganar el Premio Nacional de Literatura”. Ese periodista tiene fama de estar “bien enterado” de lo que ocurre en el interior del gobierno, de grandes empresas, partidos políticos, universidades. Puede decirse, parodiando la famosa frase de Terencio, que “nada secreto le es ajeno”. Periodista al fin, estaba pendiente de “lo que iba a suceder”; y si no sucedía, intentaba averiguar por qué el suceso esperado no sucedió.

Escribo libros de ensayos, folletos de sociografía, artículos periodísticos y otros textos inclasificables; no los escribo “para ganar premios”; los redacto por una incoercible necesidad de expresión, porque siento el impulso de esclarecer algún problema de la cultura o el deseo de compartir poemas hermosos, teorías novedosas. Nadie es “concursante” al Premio Nacional de Literatura, puesto que se otorga a las obras o labores de “toda una vida”. Es necesario, pues, que existan las obras y que haya transcurrido una larga vida. Libros, folletos, artículos, son tres “productos intelectuales” que han sido mencionados anteayer al saberse la noticia de que me habían concedido el Premio Nacional de Literatura 2017.
Agradezco profundamente a la Fundación Corripio, al Ministerio de Cultura y a los miembros del jurado, el premio que me han otorgado. Es una distinción indiscutible ostentar un premio que han merecido escritores como Juan Bosch y Joaquín Balaguer, poetas de la talla de Pedro Mir, Manuel del Cabral y otros ilustres hombres de letras. A los rectores de nuestras principales universidades, al director de la Academia Dominicana de la Lengua, debo agradecer la generosidad de haberme elegido.
Ser escritor en un país pobre y con muchos analfabetos no es tarea fácil; no hay dinero para comprar libros, ni educación para apreciarlos. Pero la ética de la filosofía racio-vitalista exige que llegues a ser el que eres en potencia, el que tu íntima vocación reclama. No hacerlo es una inmoralidad. Para lograrlo debes ser, simultáneamente: editor, periodista, productor de TV, impresor. Estímulos y premios serán muy pocos.

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