Volubilidad humana

Volubilidad humana

La multitud pidió la libertad de Barrabás. Contra lo que podía aconsejar una conducta juiciosa, se solicitaba la excarcelación del criminal. El primer sorprendido es el gobernador romano. “Ustedes me han traído a este hombre diciendo que alborota al pueblo”, dice a la multitud, a los sacerdotes y a otras autoridades. Contra el griterío que se levanta, expone su punto de vista. “No lo encuentro culpable de los delitos de que es acusado. Tampoco Herodes, puesto que me lo ha devuelto”. Entonces la masa grita enfurecida: “¡crucifícale, crucifícale! ¡Suelta a Barrabás!”.

A éste se le había condenado por homicidio y por ser parte de una rebelión. Pese a tales antecedentes, es sacado de prisión. Entre los que han gritado están los secuaces de quienes guían la trama, los inconstantes y los atemorizados. Pedro mismo, que acompaña al Maestro por tres años, rehuye identificarse con él. Sentado en el patio interior de la casa del sumo sacerdote, al iniciarse el periplo de la crucifixión, niega conocer a Jesús.

Este pasaje contado por los evangelistas, refleja un aspecto muy propio del ser humano: la debilidad temperamental. Su reacción pudo ser lo mismo resultado del miedo causado por lo precipitado de los sucesos que a causa de la inconstancia. Se reivindica, empero. La conducta del apóstol que Jesús convertirá en su vicario no se sume en la negativa.

Arrepentido aunque todavía temeroso, Pedro oye cantar el gallo. Es entonces, con dolor y vergüenza, que recuerda la premonición del Maestro. A continuación, dicen los evangelistas, llora con amargura. Este llanto de contrición reforzó la integridad del apóstol. La mirada de Jesús, el descubrimiento de su doblez, lo hicieron el Pedro del Señor. Pero no todos lloramos arrepentidos, como expresión del propósito de superación, de una vez y por siempre, de esa doblez.

Por el contrario, somos sujetos de la populachería que refleja fuerza o poder. Seducidos por la masa, apretujados por su empuje, los seres humanos somos presa fácil de la opinión que es moda. No nos atrevemos a la singularidad sino cuando de ella derivan ventajas tangibles y sonantes. Quizá por ello hemos llegado a los extremos en que viven la comunidad nacional y muchas otras sociedades en el mundo de hoy.

Si formamos parte del gentío que recibió a Jesús en la entrada de Jerusalén debemos rechazar el mensaje de la masa que pidió la liberación de Barrabás. Hemos de cultivar la integridad personal, la lealtad a principios y sanas formas de vida y, sobre todo, la fidelidad a aquello que hemos dicho que amamos o en lo cual creemos. Por supuesto, esta conducta no surge al azar. Es resultado del testimonio de vida de padres y autoridades.

Ha llegado la hora de cuestionar la existencia de ejemplos de vida que no son emulables. Para que el país sea algo por lo que sintamos orgullo, hemos de separarnos del bullicioso gentío que pide la libertad de Barrabás.

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