“A los ojos de un niño, no hay siete maravillas en el mundo. Hay siete millones.”
Walt Streightiff.
La primera vez que tuve consciencia del surgimiento de la vida fue cuando tenía seis años. Una gallina había empollado sus huevos en el fondo del patio de la casa. El asombro de ver como el pico abría el cascarón, mostrando los ojitos, la cabeza y luego todo el cuerpo del pollito, me hacía sentir especial. Fui a buscar a unas amigas para compartir la vivencia, pero ellas no habían visto lo mismo que yo.
Hace unos años, me hablaron de un proyecto de las escuelas parisinas de llevar a los niños al campo para que conocieran los pollos vivos. Cuando supe que la única experiencia que habían tenido muchos niños era con los pollos congelados del supermercado, me pareció una realidad fantástica y lejana. ¿Qué niño no había tenido un tierno pollito de color como mascota?
Para un niño, el mundo es un espacio para la aventura. Cada día descubre cosas nuevas que lo llenan de asombro. Con el tiempo, vamos dando las cosas por sentadas. Creemos que ya conocemos el mundo, y el asombro va desapareciendo.
Rachel Carson, la bióloga marina que impulsó el movimiento conservacionista estadounidense, autora de Primavera silenciosa, explica que para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, se necesita la compañía de al menos un adulto con quien poder compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos.
Aunque fui una niña de ciudad, disfruté la exploración en los jardines de los vecinos, en los que tenía maravillosas aventuras con mariquitas, hormigas, abejas, lagartos, orugas, pajaritos, saltamontes y algún perro o gato. No visité el campo hasta la adolescencia, pero las caminatas diarias por el parque me brindaron un sentido de la naturaleza, que mantuvo con vida mi capacidad de maravillarme.
Un profesor dijo que el asombro es algo que uno aprecia o admira sin ningún tipo de interés en una ganancia personal. Si estamos de acuerdo con esta definición, también podemos explicar por qué a medida que crecemos vamos perdiendo la capacidad de asombrarnos. En una sociedad que nos enseña a centrarnos en “¿qué saco yo de esto?” o “¿cómo me beneficia?”, dejamos de lado la apreciación desinteresada.
El asombro es la capacidad que tenemos de percibir lo hermoso, lo excepcional y lo bello en todo lo que nos rodea. Contribuye a nuestra felicidad, creatividad, salud y motivación.
La exposición a la potestad de la naturaleza (por ejemplo, ante un volcán o frente a un huracán), nos hace sentir sumamente pequeños. Ese es el poder del asombro: nos transforma, nos eleva y modifica el modo como nos relacionamos.
En 1979, iniciando mi adolescencia conocí la fuerza de un ciclón. David me enseñó a valorar las comodidades de mi vida cotidiana, al mismo tiempo que me permitió explorar nuevas formas de entretenimiento.
A los 13 años descubrí de nuevo el mundo. Sin televisor, nevera, radio, teléfono ni escuela, tuve la posibilidad de volver a contemplar la forma de las nubes, el movimiento de la copa de los árboles, el vuelo de una mosca y el cielo estrellado. David fue un camino para reencontrar la fascinación y el encanto de transitar una experiencia dentro de un colectivo.
Este fin de semana fui a un bautismo en el río Yuboa, Bonao. Era una ceremonia íntima y hermosa, llena de luz y magia. El lugar, un espacio sagrado utilizado por los taínos hace varios siglos, nos entregaba numerosos regalos con gentil generosidad.De un modo distinto, recorrí la ruta que transité a mis 13 años. Allí estábamos en grupo, viviendo una experiencia memorable acompañados por la Madre Naturaleza.
Podemos recobrar el asombro perdido deteniéndonos a contemplar los elementos: fuego, airre, tierra y agua. La palabra clave es “detenerse”. A primera vista todo parece ordinario, pero cuando entramos con la sintonía de no-tiempo que caracteriza la vida de los niños, empezamos a mirar con otros ojos, y sin pretenderlo ni buscarlo, la magia se revela.
Entonces, cualquier acción de la naturaleza nos sobrecoge y empezamos a relacionarnos de un modo conectado y amoroso. Si vemos una mariposa prestamos atención a su vuelo, nos maravillamos con sus colores, nos agachamos para mirarla mejor, nos emocionamos cuando se posa en una flor y respiramos profundo cuando se aleja de nuestra vista.
Recuperar la capacidad de asombrarnos nos devuelve la magia, que llenaba de aventura nuestros días en la infancia. Mi primer viaje de trabajo fue a El Salvador, a los 27 años. Aunque este es el país más pequeño de Centroamérica, su territorio tiene 170 volcanes. Cuando ví la abertura de la corteza terrestre conectada al interior de la Tierra, tuve mi primera gran experiencia espiritual.
El poeta guatemalteco César Brañas dijo:“Amo en las gentes lo que hay de inconsciente, de alegría, de asombro, de incierta espera”. Por aquella época, no tenía ninguna idea de lo que me había ocurrido esa tarde en el volcán de San Salvador, pero la emoción que sentí ese día aún me acompaña.
El arte también es una espléndida vía para volver al asombro. ¿Acaso no te has emocionado profundamente al exponerte a la belleza de un cuadro, la interpretación de un cantante, una obra teatral o una película?
Una manera muy sencilla y efectiva para aumentar nuestro aprecio artístico es experimentarlo por nosotros mismos. Tomar un curso de pintura, aprender a tocar un instrumento musical o participar en una obra dramática nos lleva a ver todo lo que debe ocurrir, para que una obra logre tocar nuestro corazón y transformarnos.
El asombro es una experiencia tan poderosa que llega a ser al mismo tiempo paralizante y estimulante. La palabra hebrea para el asombro es Beeimá. Cuando entramos en contacto con la majestuosidad de la creación, en el firmamento, las montañas, el océano o un río, tomamos conciencia de nuestra pequeñez. Sorprendentemente, la exposición a la grandeza no nos deprime, sino que nos inspira, porque nos reconocemos en ella.
El poeta y cineasta estadounidense James Broughton, precursor de los poetas Beat, dijo:“El asombro nos espera en cada esquina”. Todos hemos vivido momentos que nos sorprenden, sin embargo, pocas personas suelen llevar a su vida ordinaria el poder contenido en una vivencia que las llevó al asombro.
El secreto es capturar la experiencia de forma tal que podamos volver a utilizar esta energía en el futuro. ¿Cómo hacerlo? La próxima vez que sientas asombro, por una obra humana o por la naturaleza, verbaliza lo que sientes. Di en voz alta: “¡Esto es asombroso!”.
Al expresar en palabras el movimiento de tu ser interior, tu voz anclará de manera instantánea la emoción que has vivido. Así, el momento subjetivo se vuelve algo concreto, brindándote un punto de referencia al cual recurrir en el futuro.
La segunda parte de esta práctica es repetir en tu mente la experiencia que te provocó asombro. Por ejemplo, estás en un estancamiento de tráfico, y aprovechas el tiempo disponible para ir hacia atrás en el tiempo (hacia una experiencia que te provocara asombro) para conectar con las emociones de alta vibración que hayas sentido.
Al traer al presente una frecuencia distinta a aquello que estás viviendo, de repente, consigues ver cosas diferentes en el tapón, ¡o los vehículos empiezan a moverse!
La invitación que deseo hacerte es para que vayas más allá de tu zona de comodidad y consientas en hacer cosas nuevas desinteresadamente. La aventura que se despliega cuando te entregas a una experiencia, en la que no tienes protagonismo ni control, te permitirá volver al asombro.
Mira la silueta de las montañas, el ocaso del sol, el movimiento de las olas, las formas de las nubes o tu imagen en el espejo. Entrégate e escuchar una obra musical, que con tan solo 7 notas (con sus bemoles y sostenidos), logra conmoverte.
El escritor noruego Jostein Gaarder dijo:“Lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la capacidad de asombro.” Asómbrate de ti mismo, así como lo harías con un volcán o con un huracán. Hay una gran cantidad de energía y poder en ti.
Hace unos años estabas sostenido en los brazos de tus padres, sin tener ningún pensamiento propio, y ahora estás leyendo este artículo, razonando y hasta tomando decisiones. Es asombroso, ¿verdad?