La ingenuidad era tanta que algunos esforzados empresarios en ciernes decidieron atar los perros que cuidaban la producción y utilizaron para ello frescas, olorosas y sabrosas varas de longaniza.
Poco después, los pequeños empresarios del sector de la industria cárnica vieron, con alarma y tristeza, que los cuidadores de la longaniza no podían dar buena cuenta de los bienes puestos bajo su custodia.
Nunca se dijo si se impuso un castigo a los perros que comieron los embutidos, quienes sí resultaron castigados fueron sus dueños.
Quizá mucho de esto ocurre en nuestros días con la longaniza nacional.
Esos ricos embutidos que son los bienes públicos, la venta de influencias, la malversación de fondos, los gastos excesivos y desconsiderados fuera del Presupuesto, las francachelas, viajes, queridas y regalos a hetairas pagadas con dineros del erario, compra o construcción de viviendas suntuosas y otras ostensibles demostraciones de fortuna adquirida al amparo del Poder, no reciben el debido castigo.
¿Ha llegado tan lejos la descomposición moral en nuestro país que nuestra sociedad hoy anda patas arriba? ¿Es que ponemos los pies en el cielo y caminamos con la cabeza hacia abajo?
De ser así, se justifica que el grave pecado de usar fondos públicos para beneficio personal sea motivo de admiración e imitación, porque quienes lo hacen tienen la absoluta convicción de que no serán castigados por sus delitos.
Resulta muy cuesta arriba ver el maridaje entre quienes manejan el Poder y quienes se benefician ilegalmente de él, unos y otros callan por complicidad ante los robos exhibidos y no ocultados.
Una nación es un barco que debe ser dirigido a buen puerto a cumplir con su misión de facilitar el ejercicio de los derechos, exigir el cumplimiento de los deberes y contribuir a que los ciudadanos transiten el camino hacia la búsqueda de la felicidad. Ello es posible cuando el capitán, los oficiales a bordo, los marineros y los grumetes, obedecen y respetan reglas claras que premian las buenas actuaciones y castigan y condenan las malas.
Hasta ahí andamos bien. Pero eso no es lo que se ve, lo que se dice y lo que se demuestran con harta frecuencia es la falta la voluntad política para castigar a los ladrones que negocian con los bienes del Estado, a quienes sólo se les ha escapado un producto que no han podido vender: el aire.
Volvimos a responsabilizar los perros de la longaniza y ante el fracaso, se buscaron un león y ¡que siga la fiesta!
Pero como dice el refrán algún día ahorcan blancos.