Votar definiendo el proceso

Votar definiendo el proceso

Consorcios de intereses particulares de extrema concentración, con peligrosos colmillos, garras, músculos y voluntad despótica rigen en el mundo sin doblegar su rebeldía.

Entre sus zarpazos y rugidos vamos quienes a conciencia intentamos alejar la civilización de sus normas, propias de la jerarquía animal que imponen; chocarnos también con el obstáculo de una estructura social de hombres y mujeres cada vez más «machos» para su éxito individual, y también con una masa de otros, deformados por su sumisión y simulación y por su modo de ganarse la vida como súbditos del modelo del sistema. Son en quienes este se sostiene y quienes impiden construir una oposición mayoritaria; son los que se inhiben de hacer lo poco que necesitamos hacer juntos, para cambiar el peso de la balanza del poder; son los que causan el surgimiento de los movimientos de resistencia suicidas y terroristas que están suplantándonos y reivindicándonos, supliendo sangrientamente la abstención de los demás.

Los humanos, gracias a la inteligencia y a nuestra dignidad somos un triunfo entero sobre todo lo que por necesidad o por propósito hemos decidido conquistar o dominar. Como especie llenamos el planeta en el que antes fuimos una minúscula colonia errante y débil. Todo lo abarcamos hoy habiendo relegado a toda otra especie, dominando y apropiándonos de todo el resto de la naturaleza vegetal y mineral. Ese espíritu vigorizado por tanto ejercicio, no tiene, salvo en el espacio, que conquistar, pero bulle en exceso sin tener a que objetivo externo dirigirse. Desde que este hecho gradualmente se fue consumando ese impulso se incrementa destructivamente dirigiéndose contra nosotros mismos, generando una cultura de uso del poder en la que cada cual según el que pasea, tiende a querer tener y dominarlo todo, doblegando a los demás de su categoría y oprimiendo a los más débiles.

Este es el germen de las guerras y las violencias intestinas, infinitas y sin límites que nos ha traído a la actual situación de confrontación aguda entre la concentración del poder, de la economía, y del conocimiento entre unos pocos que dictatorialmente programan el destino de los demás a su conveniencia, versus, extensión de la pobreza, sumisión y/o radicalización de los despojados, especialmente despojados de su futuro.

Ignoramos hacia donde nos conduce y hasta cuando perdurará esta tensión crítica y también cómo se supera esta pulsión general; pero podemos entrever su peligrosidad por los episodios relativamente recientes registrados como la Primera y Segunda Guerra Mundial y las sucesivas parciales como las actuales que indican la posibilidad de una enorme conflagración que nos condenaría a triunfar, o derrotados, a un largo período, interminable tal vez, de glaciación de la vida social, sustituido el poder de la sociedad por la voluntad de una élite imperial planetaria, ordenadora de las gentes como cosas, en un mundo sin moral.

La situación es pera pensar en la descomposición de la estructura de la sociedad que va en proceso; en su decadencia orgánica; en la inviabilidad o en el estado agónico a la que la especie es llevada por el mismo impulso que la hizo triunfante y que ahora se revierte en una agigantada versión de cualquier opresión conocida hacia la que tiende el poder del más fuerte y que defensivamente nos obligará a reaccionar modificando el status quo que tiene un desajuste entre su desarrollo y el divorcio de éste con la humanidad por lo que es su destino tener que revolucionarlo.

Parecería que vivimos nuestro otoño como especie y como civilización. Pero no, lo que se vislumbra tras este panorama es un renacimiento. Hemos vencido en la historia para ser libres, justos y juiciosos entre nosotros mismos, sin ser esclavos de ningunos. Todos los avances del conocimiento en las ciencias, el arte, la comunicación ,la integración, la desnacionalización de la vida, etc., precursan este renacimiento que acoplará los avances al desarrollo humano, lo que superará esta crisis, que tal como escribió Hamlet Herman la semana pasada, la crisis no necesariamente es un mal, sino también un reto y una oportunidad para recrearnos mejores.

Dentro de este contexto está el país en vísperas de las elecciones afectadas por el auge del militarismo guerrerista aventurero, aliado de Bush, heraldo de los consorcios amos del universo. Estas elecciones presidenciales tienen de especial que son plebiscitarias para decidir además hacia qué rumbo y por cuáles rutas irá nuestra nación como parte del conjunto del mundo.

Derrotar a Hipólito es inclinar la balanza con nuestro voto para que otras alternativas crezcan; es derrotar la violencia regional y el despotismo local y darle una lección indirecta preventiva y oportuna a Leonel y al PLD, seguros ganadores en la primera vuelta, par que no prosigan la política vigente, para que reconsideren la postura que el candidato peledeísta proclamó en los Estados Unidos, indicando su intención de mantener los lineamientos pautados por Washington, ofreciéndosele realengamente de faldero a Bush.

Votemos, y votemos todos, es de lo poco que en este proceso podemos hacer. Votemos con el sentido plebiscitario por el PLD, sin serle incondicionales y prosigamos adentrándonos en el porvenir luchando a la altura de nuestras necesidades.

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