¿Votar en las elecciones? ¿Para qué?

 ¿Votar en las elecciones? ¿Para qué?

HAMLET HERMANN
Dice la Constitución dominicana que a nadie se le puede obligar a hacer lo que la ley no manda ni impedírsele lo que la ley no prohíbe. Viene esto a colación porque exactamente dentro de un mes, el próximo 16 de mayo de 2006, se celebrarán en República Dominicana las elecciones congresuales y municipales. Pero, vistos los resultados de los últimos 45 años me veo obligado a preguntar: ¿valdría la pena consumir un par de horas de ese día para favorecer a quienes de seguro nada harán a favor de República Dominicana?

¿Debo contribuir a conformar un Senado y una Cámara de Diputados que lo único que han sabido hacer es dilapidar el erario y desacreditar esas instituciones?

¿Debo hacerme cómplice de la elección de un Síndico que nada ha creado en beneficio de la ciudad al tiempo que dedica gran parte de los recursos a satisfacer su vanidad y a financiar al partido político al cual pertenece?

¿Debo desperdiciar un día de asueto para votar a favor de personas que aspiran al cargo honorífico de Regidor del Ayuntamiento a sabiendas de que mediante perversidades colectivas van a cobrar un salario a nivel de Presidente de la República?

No, definitivamente no pienso votar en las próximas elecciones congresuales y municipales. Tomo esta decisión porque en República Dominicana para la candidatura a un cargo político no se toman en cuenta ni la inteligencia, ni la honradez, ni la dedicación patriótica. Es la aberración de preferir la militancia olvidándose por entero de la calidad, de los valores morales en los individuos. No en balde en los recientes 45 años de supuesta democracia que hemos sufrido, los funcionarios corruptos han crecido como la verdolaga y ninguno de ellos ha sido castigado en los tribunales de justicia. Todo porque los partidos políticos han establecido la norma de nunca elegir a los auténticos representantes del pueblo. Prefieren aportar delincuentes convictos y/o confesos, cómicos, cantantes y cualquier otra clase de gente que no tiene la preparación necesaria ni suficiente para desempeñar los cargos. Y con ese tipo de postulaciones no hay posibilidad de derrocar a la mediocridad ni a la corrupción, menos aún a la impunidad.

Y si el problema sólo fuera la calidad de los candidatos y las cantidades en las votaciones, esto podría tener solución. Pero el conflicto está en que la democracia dominicana no reside sólo en las votaciones, sino en el conteo de los votos. Con una Junta Central Electoral cuestionada hasta por sus propios miembros es poco lo que puede esperarse en cuanto a transparencia y claridad en los resultados. No en balde los partidos políticos mayoritarios han hecho todas las trampas conocidas (y hasta se inventan algunas nuevas) para seleccionar jueces prestidigitadores de manera que cuenten los votos que les favorecen y desaparezcan aquellos que los perjudican.

Dentro del caos político que nos caracteriza, algo que sorprende sobremanera es la poca importancia que los dirigentes y los analistas conceden a la abstención en los procesos electorales. Incluso los he escuchado decir que la abstención es una forma de consentimiento del sistema político imperante, tal como dijera un ministro del gobierno actual en torno a la construcción de una isla artificial en las costas dominicanas. Los eruditos están cerrando los ojos ante comportamientos que podrían estar señalando males muy profundos en la estructura social. Eso para no mencionar el hecho de que si la gente va menos que siempre a las urnas es porque el funcionamiento de los mecanismos políticos ha caído en grave crisis y el sistema va perdiendo legitimidad. Aunque no les guste debían tomar en cuenta el uso que el pueblo le da a la indiferencia abstencionista como una forma extrema de descontento y como castigo a las inmoralidades de los políticos.

En lo que a mí respecta, estoy convencido que no debo hacerme cómplice de la elección de funcionarios que, sin lugar a dudas, van a violentar aquello que están supuestos a defender. Que nadie pida pruebas para condenarlos antes de que vuelvan a cometer los delitos. Si 45 años de comprobaciones no son suficientes, no soy yo quien va a darles la oportunidad para que reincidan en agredir a este país que nos ha visto nacer. Prefiero emplazar una mecedora en la puerta de mi casa y balancearme viendo pasar a una minoría de la población que, en su desesperación, no cesa de cambiar de dioses y de preferencias políticas como forma de expresión de su impotencia.

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