Voz del silencio: el teatro (II)

Voz del silencio:  el teatro (II)

A Carmen Natalia Martinez Bonilla, poeta y dramaturga, en su Centenario.
Voz del silencio, texto, música, luces, vestuario, utilería, retornan a la vida a príncipes y esclavos; a conquistadores y vencidos; a antiguas y futuras civilizaciones, en una maravillante dialéctica donde el dramaturgo, o dramaturga, reclama su papel de divinidad en la tierra.
Voz de la población taina, en Iguaniona, la imagen de la mujer indígena que se proyecta es distinta a la que tradicionalmente se promovía de esta como un cuasi animal doméstico que, deslumbrada, se entregaba al conquistador.
Iguaniona versa sobre el amor de un soldado español por una indígena que lo rechaza con dignidad y prefiere la locura y el suicidio antes de casarse con él, antítesis de dramas anteriores.
Tú, que enemigo cruel de mis hermanos
Teñida con su sangre traes la hoja…
Tú, que el desastre sin temor me cuentas
Y que en mi rabia y mi amargura gozas…
¡Ah! ¿Tú mi protector y tú mi amante?
¡Maldígame el gran ser como traidora
Si ofendo en aras de tu amor impuro de Guatiguana
La adorable sombra”.
1894 es un año importante para el teatro dominicano por el surgimiento de la crítica literaria en el país, a raíz de la obra La Justicia y el Azar, de Rafael Alfredo Deligne. Alecciona a la mujer de hoy el ensayo dramático de Américo Lugo (1870-1952), uno de los prosistas fundamentales y filósofos de la incipiente República Dominicana.
En Elvira, monólogo existencial, Américo Lugo representa a la mujer superficial como un ser coqueto y narcisista:
“Ayudaré el cabello con este lazo negro,
Nutriré las filas de las cejas para que el rayo
de la flecha de mis ojos salga
de una olímpica fragua…
Adulador es el ojo que te mira-
Dime espejo adulador… dime si no es cierto
Que mi rostro así compuesto, es la cuna de las gracias…
la cifra y el compendio
De la hermosura”.
La imagen de la mujer que en este monólogo refleja Américo Lugo, también puede encontrarse en la mayoría de las obras del costumbrismo, corriente a la que se le atribuye fomentar la cultura popular. Como ejemplo, reproduzco este fragmento de Alma Criolla considerado el mejor texto costumbrista hasta la fecha, de Rafael Damirón (1852-1956):
“Cuánta razón tiene señó Juan
En tó lo que dice de esos anumaluchos
Que se llaman mujer…
Se pasa un hombre la vida haciéndose ilusiones
Con una cristiana de éstas y a la mejor,
Cataplúm.
Cuando usté cree ya que está jachado el roble, Baila sobre su tronco, riega su olor sobre la campiña, y al entrar el último hachazo, cae sobre nuestra cabeza arrancándonos el sentío y la conciencia…
Crea uno en esos diablos,
Si cuando más la quiere se hacen de una ponzoña
Y nos pagan con veneno tó el desvelo…
Bien dice señó Juan…
Las mujeres se parecen a ciertas monedas falsas, En que creen pasar por buenas
Cuando nadie las repara…”
EL TEATRO DE LA INTERVENCION (1916-1922)
Solo dos obras se publicaron de un total de 8, durante el período de la ocupación militar estadounidense, cuando se evidenciaron como tendencias dentro del teatro tradicional, el teatro de propuesta y el teatro político. El dramaturgo más distinguido fue Federico Bermúdez.
Adquiere, durante esta etapa, un gran auge la presentación de las compañías teatrales extranjeras, las cuales opacaban las obras de autores criollos como Rafael Damirón y Delia M. Quezada, quienes criticaron abiertamente la presencia norteamericana en el país. Tanto la obra Los Yanquis en Santo Domingo, como Quisqueya y la ocupación norteamericana, quedan como evidencia de la resistencia nacional a la intervención.
Ya en 1911 había surgido el primer grupo de teatro, encabezado por el puertorriqueño Narciso Solá, y también surge un tipo de comedia que se especuló pudo penetrar a la isla a través de la compañía cubana de bufos de Raúl del Monte, cuando estuvo en Santo Domingo en 1913.
En 1916, publica Pedro Henríquez Ureña un ensayo de tragedia antigua: el nacimiento de Dionisios. Ese mismo año, publica Max un Un Juguete Cómico: La Combinación Diplomática, después de haber fundado, junto con José Antonio Ramos, Bernardo G. Barros y otros intelectuales habaneros, la Sociedad de Fomento al Teatro.
De ese mismo periodo es Ana J. Jiménez Yepes, autora del cuadro dramático “Independencia o muerte”, inspirado en la gesta separatista y galardonado en el Concurso Teatral del Centenario.

Entre 1922 y 1930, con la desocupación militar norteamericana, el teatro dominicano retoma sus tradiciones indigenistas, costumbristas y tradicionalistas, pero la producción textual sigue siendo muy pobre. De unas 20 obras inventariadas durante esos ocho años solo se publicaron siete. Julio Arzeno con “Los Quisqueyanos”, Fabio Fiallo con “La Cita”, Mélida Delgado Pantaleón y Juan García, con Un Proceso Célebre, retoman a su modo, y por momentos, la crítica a la actuación social de la mujer, resaltando la injusticia de los castigos impuestos a las supuestas infieles, y las leyes concernientes a los noviazgos y matrimonios por interés.

Predominan, durante este periodo, las obras cortas y el monólogo intimista, y surge, desde el punto de vista de las mujeres, el más progresista de los dramaturgos dominicanos: José Ramón López. Con su obra La Divorciada, López trata por primera vez el problema de la liberación femenina, a través de un cuestionamiento a la sociedad de entonces.

La trama es sencilla: una esposa había guardado luto por su marido y se entera de que él estaba vivo. Se cuestiona entonces la función de la mujer en la sociedad, su participación, su humillación, su esclavitud, planteando que el sentido de la vida no puede ser solo el matrimonio.

José Ramón López también se distinguió por su colaboración con dramaturgas como Virginia Elena Ortea, prolífica autora de poesía, cuentos, ensayos y de una zarzuela en tres actos: Las Feministas, con música de José María Rodríguez Aragón, así como de una comedia en prosa y verso que escribió en colaboración con López y que no se llevó nunca a escena.

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