Vueltas del trompo de la historia

Vueltas del trompo de la historia

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El estudio del imperio romano realizado por Miguel Rostovtzeff llega a su culminación en el capítulo XII, titulado El despotismo oriental y el problema de la decadencia de la civilización antigua. Como todos saben, Roma fue primero una monarquía, luego una república y, finalmente, un imperio. El empeño de los historiadores en escudriñar cada paso del desarrollo de la civilización romana es más bien una pesquisa policial. Se ha dicho muchas veces que Roma es la única cristalización histórica que hemos visto nacer, crecer y morir.

En lo que atañe a la vieja civilización egipcia sólo hemos podido asistir a su muerte y reconstruir, precariamente, algunos episodios dispersos de su expansión. Esta civilización nuestra, que llamamos occidental, la hemos visto nacer y crecer pero no morir. Los historiadores tradicionales, influidos por concepciones biológicas, entendían que las civilizaciones eran organismos vivos. Era menester conocer el ciclo entero de su desarrollo: nacimiento, crecimiento, muerte. Al estudiarlas en su integridad era posible descubrir “regularidades” que permitieran formular “leyes históricas”. Roma, por tanto, aparecía como una civilización modélica por ser una especie de circuito completo, un coto cerrado de humanidades. La arquitectura y las artes, las técnicas administrativas y militares, el derecho y la literatura romanos, por admirables que sean en si mismos, no despiertan tanto interés para el historiólogo como los acontecimientos sociales y económicos.

Si existieran “leyes históricas” y si fuera posible descubrirlas, Roma sería un campo de investigación privilegiado para encontrarlas, aislarlas y confrontarlas con otras civilizaciones. Muchos filósofos estiman que el hombre es “un animal histórico”, que sus “motivaciones” y creencias, sus hábitos e instituciones, son construcciones resultantes de una larga historia. Estos hombres de pensamiento suponen que “dentro de la historia” hay normas que rigen su desenvolvimiento. Ven la historia como un “proceso” teleológico con un curso previsible.

Puede decirse que todas las posiciones ideológicas historicistas son caminos que llevan a Roma.

Según esta manera de ver, la historia humana funciona como la metamorfosis del sapo, pues experimenta fases precisas: a partir de un renacuajo, y después de varias transformaciones, las sociedades llegan a ser hermosos sapos saltarines… que más tarde envejecen y mueren. El título del capítulo XII del libro de Rostovtzeff expresa mucho menos de lo que contiene. Después de veinte y ocho páginas extraordinariamente reveladoras y llenas de erudición, Rostovtzeff nos dice: “Del autor de una obra dedicada al Imperio romano suele esperarse que manifieste su opinión personal sobre aquel proceso histórico que, a partir de Gibbon, suele denominarse decadencia y ruina del Imperio romano o, más bien, de la civilización antigua en general. Expondré, pues, yo también mis opiniones sobre este problema luego de haber definido cuál es esencialmente, a mi juicio, su contenido. La llamada ruina del Imperio romano, o sea de la civilización antigua en general, presenta dos aspectos: por un lado la faceta política, social y económica, y por otro, la faceta intelectual y espiritual. En el terreno político observamos una progresiva barbarización interior, sobre todo en Occidente. Los elementos foráneos, los germanos, asumieron el papel directivo tanto en el gobierno como en el ejército, y estableciéndose en masa, desplazaron y dislocaron poco a poco a la población romana. Fenómeno afín a éste y consecuencia necesaria de la barbarización interior fue la desintegración gradual del Imperio romano de Occidente; las clases dominantes en las antiguas provincias fueron sustituidas, primero, por germanos y sármatas, y luego, por germanos sólo, bien por el camino de la penetración pacifica, bien por el de la conquista. En Oriente observamos la orientalización gradual del Imperio bizantino, que culminó en la emergencia de vigorosos Estados semiorientales o puramente orientales, como el califato de Arabia y los imperios de los persas y los turcos sobre las ruinas del Imperio romano”.

Rostovtzeff nos explica una y otra vez: “permaneció intacta la institución más importante, a cuya suerte se hallaban vinculados los destinos de toda la civilización antigua: la ciudad-Estado.

Pareció que, al cabo de prolongados esfuerzos, se había, por fin, hallado una forma constitucional que hacía de la ciudad-Estado el fundamento del imperio mundial”. En la época actual lo que está en juego es el Estado- nación y la democracia política, tanto en los grandes países industrializados como en los pequeños dependientes.

Rostovtzeff inicia sus razonamientos de este modo: “mientras el imperio no tuvo que afrontar graves peligros externos, y en tanto las armas romanas, la organización romana y la cultura antigua inspiraron temeroso respeto a los pueblos limítrofes, el edificio del nuevo Estado romano permaneció inconmovible. Pero en cuanto este sentimiento de respetuoso temor fue desapareciendo poco a poco y los vecinos de Roma renovaron sus ataques, la estructura del Estado comenzó a dar señales peligrosas de debilidad. Se hizo evidente que el Imperio, sostenido tan sólo por las clases acomodadas, no podía afrontar el choque de las guerras exteriores, y que, para conservar en pie el edificio, era preciso ensanchar sus bases. La burguesía urbana, cuya vida económica se había fundado, a través de siglos enteros, en el trabajo de las clases inferiores […] demostró carecer de capacidad y de voluntad para defender al Imperio contra sus enemigos exteriores”. Tal vez estas citas “anticuadas” nos ayuden a pensar con agudeza y energía sobre los grandes conflictos sociales de nuestro tiempo.

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