Vuelven los piratas al Caribe

Vuelven los piratas al Caribe

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
Yo creí que se trataba solamente de un nombre para un hotel restaurante. Cuando llegamos ahí veníamos de lejos y de no dormir, pero tampoco podíamos quedarnos en ese momento, teníamos que seguir bosque adentro por la carretera que lleva de Boca de Yuma hacia el Parque Nacional del Este.

Cuando volvimos del monte lo conocimos. Fulvio es un pirata de viejo cuño y de vieja estampa. Llegó a Boca de Yuma con una muchacha que parece haber robado de un harén. Por eso mira a cada rato hacia fuera, como esperando que en algún momento llegará un furioso rajá a recuperarla cimitarra en mano.

Mientras tanto, «el viejo pirata» la pasa bien cocinando y disfrutando las noches y los amaneceres. Ha construido un hotel de dos pisos que es atravesado por dos matas de coco más altas que el edificio.

Él mismo cocina para la gente que llega, curiosa, queriendo conocer un pirata en persona. Se extrañan cuando no le ven parche en un ojo ni pata de palo. Se preguntan si esa pintura que adorna el jardín a la entrada del hotel es una descripción de su último asalto en alta mar.

Pero Fulvio no habla de la piratería. Prefiere hablar de buceo, pues es un pirata buzo. Además, prefiere que la gente crea que el nombre del restaurante y hotel es solamente algo para llamar la atención. No quiere que le descubran su pasado y todos los abordajes que acometió por los siete mares antes de venir a retirarse en Boca de Yuma, cerca de unas cuevas donde es posible que haya guardado alguno de sus tesoros. Es posible que el hotel mismo haya sido construido sobre un enorme cofre lleno de joyas, oro y piedras preciosas.

Por eso Fulvio no sale del restaurante. Prefiere estar ahí, cocinando para la gente que llega. Por eso se ha especializado en comidas que condimenta con plantas aromáticas que él mismo cultiva en el patio del hotel, para no tener que ir a ningún supermercado. La comida es su mejor escondite. Se refugia en la simpatía que genera en la gente los increíbles platos que cocina.

Fulvio festeja con los clientes lo delicioso de sus pastas. Acecha con los ojos medio cerrados cuando los clientes prueban sus mariscos y se les llena la cara de asombro por el sabor que descubren. Entonces Fulvio les pregunta si les gusta, sabiendo ya la respuesta.

«El viejo pirata» prefiere ahora la vida tranquila, pero cerca del mar, ahí mismo, al frente, para oírlo constantemente. No quiere dejar de verlo. Tampoco resiste dejar de ver a Nancy, la mujer que se robó y se trajo a Boca de Yuma. Delgada como una espada, de confuso pelo castaño y rubio, Nancy flamea por todos lados para que todo el mundo se sienta bien. Todo el mundo… y el viejo pirata también, principalmente.

¿Quien fue primero, la banca o el barrio?

Así como no se sabe quien fue primero, si el huevo o la gallina, hay sitios en los que no se sabe si llegó primero la banca o el barrio.

Las bancas de apuestas han proliferado como ratas en una alcantarilla de una calle de fondas, frituras y chimichurris. No hay cuadra en la ciudad, ni kilómetro en la carretera, donde no haya una banca de letras brillantes todo a «full-color», anunciando palés, quinielas y otros premios.

Parece ser que los «banqueros» están conectados con los urbanizadores, los ocupadores de tierras, los proyectistas de bienes raíces y los constructores de torres para tenerles una banca en la puerta antes de que inauguren.

Dicen que hay una regulación para el establecimiento de locales de banca. Dizque no puede haber dos bancas a menos de 500 metros. De seguro que alguien estuvo ahí cuando aprobaron el decreto de bancas para borrarle un cero.

Cualquier barrio naciente de cualquier carretera del país emerge con una banca. O sea, cada barrio viene al mundo con su banca debajo del brazo.

La pregunta del millón y medio es la siguiente: ¿cómo es posible que haya tanto dinero para alimentar a tantas bancas? ¿Y no que estamos mal, muy mal, que no hay circulante, ni cuadrante ni triangulante?

Y otra pregunta no se hace esperar: ¿No hay regulación en el país para limitar la proliferación de bancas?

Si le encuentran respuesta me escriben.

La carretera Cibao-Sur

Hace años que no saca la cabeza el proyecto de la carretera Cibao-Sur.

Me acuerdo ahora de eso porque estuve hace poco «arrastrándome», más que transitando, por la carretera que va desde Constanza a San José de Ocoa, pasando por Valle Nuevo, Alto Bandera y otros lugares montañeros.

Esa carretera va desde el Cibao hasta el Sur. Pero siempre, en cada gobierno, sale alguien… ¿o serán las mismas personas?… con el asunto de la supuesta necesidad de construir una carretera que una al Cibao con el sur. Dizque para facilitar el comercio, para mover productos, para mover la gente, etc.

La cuestión es que la dichosa carretera Cibao-Sur siempre la quieren hacer partiendo en dos el Parque Amando Bermúdez, alegando no sé qué ventaja. Cuando en realidad no hay más que habilitar esta que va de San José de Ocoa (en el sur) a Constanza y La Vega (en el Cibao).

Pero no, quieren una nueva carretera -y eso de decir quieren como que parece mucha gente-. Quieren mover tierra, muchos tractores, muchas «comesolas», muchos camiones, no importa si vale la pena o no vale un suspiro.

Si alguien de verdad está interesado o interesada en una carretera que conecte directamente al Cibao con el Sur, ahí está esa de La Vega-Constanza-San José de Ocoa. Lo único que necesita es reparación y mantenimiento. Además, es un hermoso paseo cruzando la Cordillera Central que puede ser manejado por el turismo de naturaleza, habilitando miradores interpretativos en varios puntos.

El mundo Taíno de Bávaro

Robert Gélez aprovechó una cueva que era un lupanar para montar una mezcla de pinturas, artesanías, luces de colores, un bohío y una fuente, todo dentro de la cueva, a la que le ha puesto «El Mundo Taíno».

Es posible que fuera buena la intención. Pero el batiburrillo que ha armado Gélez en la cueva no logra hacerse entender como lo que pretende. El quisiera una especie de museo bajo tierra que explique el origen de los Taínos, su veneración por las cuevas, su desarrollo social, la llegada de los españoles y la desaparición de los aborígenes. Todo en un solo paseo entre luces y sombras.

Ultimamente las cuevas han entrado con furor al mundo del turismo de la República Dominicana. Todo el que está ligado al mundo del turismo quisiera tener una cueva para habilitarla y llevar turistas a ligarse con algo diferente al sol y la playa.

Y no está mal que lo quieran. Pero hay normas para esto. Hay leyes que protegen las cuevas. No es cierto que las cuevas sean sitios desiertos esperando por desarrolladores para que les den vida y le embutan la modernidad.

Los desarrolladores turísticos tienen que recordar que por mejor interesados que estén en el desarrollo, o por mejor intencionados que estén en enfrentar el hambre de los dominicanos, existen leyes que manejan esos espacios para evitar que sean mal utilizados y provoquen daños irreparables.

Ya veremos luego a Robert Gelez, a ver si se le endereza la idea del Mundo Taíno y consigue un resultado más decente que el lupanar que había antes de que él llegara a Bávaro.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas