Walt Whitman y la otra Utopía

Walt Whitman y la otra Utopía

DIÓGENES VALDEZ
A veces tengo dudas y no creo que Walt Whitman sea el auténtico cantor de la democracia, o cuando menos, el único que con voz autorizada haya poetizado a favor de dicho sistema político. Lo que nadie pone en entredicho, es que Whitman, quien nació en West Hill, “la Paumanok pisciforme”, un 31 de mayo de 1819, es el cantor de esa otra Utopía en la que el hombre corriente (the average man), accede por derecho natural a todos los dones del universo.

Esa Paumanok no es otra que la isla de Manhattan. Pero los críticos, catedráticos y lectores del incomensurable poeta, a veces se mofan de ese título de cantor de la democracia, diciendo entre otras cosas que, “los beneficiarios de aquella democracia”, entiéndase los políticos, “no le han puesto atención a su poeta”, y hasta lo que podía ser peor, no han leído a su poeta, ignorando algunos, que existiera un poeta con dicho nombre.

Tan “democrática” es la poesía de Whitman, que él se atreve a dedicar hermosos versos para aquellos que en el futuro adversarían políticamente su concepto de la democracia. El se anticipa aquellas posibilidades y habla -o escribe- de cosas que en su tiempo tenían un significado diferente. Por eso es, que sien temor alguno, se atreve a decir:

Escribiré el poema-evangelio de los camaradas y el amor (…)

Y ¿quién sino yo puede ser el poeta de los camaradas?

(Al partir de Paumanok, parte VI)

Nadie jamás ha cuestionado que Whitman sea el más grande e importante poeta norteamericano de todas las épocas. Ni tampoco, el más ambicioso. A través de su poesía “quiso explicar su posición con respecto a Dios, del universo y de los problemas eternos del hombre” y, en el ejercicio de su libre albedrío, encontrar la solución a todos los problemas del ser humano, los que sólo “en las virtudes de la democracia” podrían encontrar la solución perfecta.

Pero una cosa es la poesía y otra la realidad, y ésta última nos demuestra que tal sistema político está muy lejos de ser perfecto. Por tanto, cuando se piensa en esa democracia a la que cantó Whitman, es mejor referirse a ella, como si se tratara de una Utopía.

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