POR GRACIELA AZCÁRATE
Es la primera mujer africana en recibir el galardón del Nobel de la Paz que la premia por ser ecologista y defensora del medioambiente. En el ámbito privado, también rompió clichés en una sociedad que relega a la mujer. Su marido, un antiguo parlamentario, se divorció de ella en 1980 porque era demasiado educada, con demasiado carácter y demasiado éxito para poder controlarla
Si las comparaciones son odiosas muchas veces permiten crear similitudes, simetrías, sincronías, también comparar las diferencias son aleccionadoras y ayudan a crecer. Sin ir más lejos, desde octubre pienso en la radical diferencia entre las dos premios Nobel de este año.
La diferencia abismal entre la austríaca Elfriede Jelinek, premio Nobel de literatura, blanca, delgada, furibunda, vengativa, polémica, desafiante que advierte que no va a ir a Oslo a recibir el premio y que hace unos días anuncia que enviará a la ceremonia de entrega de los premios un video demoledor.
En cambio, Wangari Maathai es la primera mujer africana en recibir el galardón del Nobel de la Paz. Apareció en los periódicos hermosa, opulenta, sonriente, con la aristocracia de los de su raza, vestida con ropa étnica y derrochando simpatía.
En un libro sobre la menopausia leí que para las blancas era un martirio aceptar el climaterio porque habían sido domesticadas para ser anoréxicas, vivir como objetos del deseo masculino, manipuladas por el mercado y la manía de la eterna juventud.
En cambio las negras envejecen de manera saludable porque aceptan con gozo y sensualmente lo instintivo, la naturaleza y sus designios, las necesidades del sexo, la buena comida y el goce de la vida, incluidos los hijos y el amor.
Daba el ejemplo de la cantante de ópera Jesee Norman, obesa, estatuaria y con voz de ángel.
Wangari Maathai se convirtió a lo largo de su vida en la defensora del desarrollo sostenible, la democracia, del medio ambiente y de los derechos humanos.
Es la primera vez que una mujer del continente africano consigue este importante reconocimiento.
La primera mujer africana en ganar el Nobel de la Paz nació en Nyeri, Kenia, tiene tres hijos y en la actualidad es diputada y ministra adjunta para Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida Silvestre, dentro del gobierno de Mwai Kibaki.
Ha sido una pionera desde su época universitaria: se licenció en Biología en Atchison (Kansas) amplió sus estudios en Pittsburgh, en Alemania y en la Universidad de Nairobi, donde se convirtió en 1971 en la primera mujer en obtener un doctorado en toda África Central y Oriental.
Cuando fue directora del Departamento de Anatomía Veterinaria en Nairobi, en 1976-1977, Wangari empezó su actividad en el Consejo Nacional de Mujeres de Kenia, una organización que llegó a presidir entre 1981 y 1987.
Tiene 64 años, cuenta con amplio reconocimiento internacional por su incansable defensa de la democracia, de los Derechos Humanos y del medio ambiente, lo que le ha llevado a dirigirse en varias ocasiones a la ONU y a intervenir, en nombre de los derechos de las mujeres, en la cumbre quinquenal de la tierra de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Su mayor contribución ha sido el Movimiento Cinturón Verde de Kenia, un proyecto que impulsó en 1977 y que combina la promoción de la biodiversidad con la del empleo a mujeres, y gracias al que se han plantado 30 millones de árboles en su país y se ha dado trabajo a más de 50.000 mujeres pobres en diferentes viveros.
Desde 1986, este movimiento originó una gran red panafricana que ha llevado proyectos similares a países como Tanzania o Etiopía.
Si uno desea salvar el entorno, primero hay que proteger al pueblo. Si somos incapaces de preservar la especie humana, ¿qué objeto tiene salvaguardar las especies vegetales?, declaró en una entrevista hace unos años, resumiendo su filosofía, que ha expuesto más de una vez en la tribuna de la sede central de la ONU.
Gracias a su iniciativa se fortaleció la imagen de la mujer en la sociedad.
Nosotros plantamos la semilla de la paz para ahora y para el futuro, ha declarado la ecologista en sus primeras palabras tras recibir el reconocimiento. La defensa del medioambiente y la promoción de la paz están, a su juicio, estrechamente ligados ya que cuando los recursos escasean combatimos para apropiarnos de ellos, explicó en la televisión noruega.
Enemiga de la deforestación y defensora de suprimir la deuda externa del Tercer Mundo, destacó también como decidida opositora al régimen dictatorial de Daniel Arap Moi en Kenia, y durante los noventa fue detenida y encarcelada varias veces. La organización Amnistía Internacional siempre intercedió por ella. En 1997, Maathi fue candidata a la Presidencia de Kenia, pero su partido retiró su candidatura días antes de las elecciones.
En 1998, su oposición a un proyecto gubernamental de construcción en la selva desencadenó una revuelta popular que fue duramente reprimida por el gobierno y que originó la repulsa internacional.
Su compromiso se ha visto recompensado con un sinfín de galardones como el de Mujeres del Mundo de Women Aid (1989), el de la Fundación Ecologista Goldman (1991), el Premio África de Naciones Unidas (1991) o el Petra Kelly (2004).
Además de ser negra, es linda, robusta, combativa, femenina, envejece con alegría, con ganas de vivir y sobre todo sin traumas ni furia mientras da la pelea, sonríe.