Weekend en Barahona

Weekend en Barahona

JUAN DUCOUDRAY
Están aquí hace ya muchas semanas, supuestamente para construir clínicas rurales y beneficiar con diversas obras las pobres comunidades del Sur profundo. ¡Caray, qué mal agradecidos son los dominicanos: no han sabido apreciar tanto desprendimiento y tanta generosidad! Muchos han protestado en las calles por la presencia de soldados estadounidenses en Barahona con armas de todos los calibres y la mayoría de la población -en una y otra vertiente del espectro político nacional- los ve con suspicacia y con temor. ¿Habrase visto una torpeza mayor?

Tal vez esa actitud de los dominicanos se deba a que los norteamericanos no dicen nunca lo que realidad persiguen con sus acciones; tal vez recuerden que en 1916 vinieron dizque a pacificar el país, se quedaron por ocho largos años y nos dejaron al hombre fuerte que luego se convertiría en el azote implacable del pueblo durante 31 años. Y no olvidan que volvieron en 1965 y nuevamente “nos salvaron”, aunque entonces encontraron a civiles y soldados “hermanados de pronto en la verdad” y su presencia en el territorio nacional fue de apenas un año y pocos meses.

Es esa maldita memoria de nuestro pueblo lo que no le permite comprender el gesto samaritano, realmente conmovedor, de los soldados extranjeros que nos visitan. No hay que exagerar la nota, por favor. Dejémos que esas buenas gentes hagan su trabajo en paz. Yo no soy tan mal pensado como la mayoría de nuestro pueblo y no dudo de las buenas intenciones de esos soldados, aunque a veces me asalta una pregunta inquietante: ¿Para construir clínicas y repartir medicinas se necesitan tantos rifles y tantas ametralladoras? ¿Qué papel juegan en todo eso los cohetes y las bazukas? Deben ser cosas de la tecnología moderna de las que yo, abrumado por mi ignorancia, les confieso no tener la menor idea.

Pero lo que más me mortifica, lo que ofusca mi poco entendimiento, es que no logro explicarme la razón por la cual los soldados que vinieron a Barahona no escogieron para su obra compasiva una ciudad de su propio país. New Orleans por ejemplo, donde ¡todavía!, como consecuencia del huracán Katrina que la azotó el año pasado, una tercera parte de la población vive en estrechas casas rodantes o han tenido que trasladarse a otras ciudades, decenas de miles carecen de agua potable, de electricidad y no disponen de establecimientos de salud.

La verdad es que estoy muy confundido, pues no alcanzo a comprender qué cosas tiene el Sur profundo de nuestro país que no tenga New Orleans. Es posible que en esa ciudad sean ahora mayores las necesidades relativas, y en Barahona y sus cercanías campea por sus fueros hace mucho tiempo la miseria. Pudiera ser que ese no fuera el meollo de la cuestión, argumentan algunos, sino la cercanía de Barahona a la convulsa frontera con Haití. Pero la frontera puede ser protegida por los militares dominicanos y son ellos, ciertamente, los encargados de esa tarea de acuerdo con lo que establece la Constitución. En fin, tontos unos y mal pensados otros, nadie sabe a ciencia cierta a qué atenerse.

A lo mejor, todo se reduce a proporcionarles distracciones a las tropas y no tienen sentido las suspicacias y los temores de los descreídos de siempre. Entonces solamente habrían  venido a conocer “pretty señoritas” y beber “cerveza mucho bueno”, para beneplácito de algunos negocios de Barahona; un inocente weekend muy prolongado para disipar la fatiga y el aburrimiento… y mantenerse ojo avizor de lo que pudiera pasar más allá de la frontera, al otro lado del Masacre. Las malas lenguas insisten en afirmar que esa es la razón primordial de su visita.

Es verdad que vulneran nuestra soberanía, es verdad que ofenden el sentimiento nacional, aunque hay que dejar de lado esas minucias en aras de la mala vecindad y la globalización. Sabemos que son poderosos y, a su manera “magnánimos”. Pero es tiempo de que se marchen ya, no vaya a ser que le cojan el gusto al sazón barahonero y prolonguen mucho tiempo más su ingrata presencia en el país.

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