Werner D. Féliz – Cartas al director

Werner D. Féliz – Cartas al director

Señor director:

En nuestro país, los primeros meses del año se consideran fechas patrióticas y religiosas o cristianas, festividades de alto impacto social; las primeras dirigidas y solventadas por el Estado y las segundas por el sector eclesiástico. Ambas instituciones tutelan actividades dirigidas hacia el pueblo y apoyadas por él, aunque ninguna constituye su expresión interna.

Asimismo, febrero es el mes de carnaval, aunque en algunos pueblos, como Bonao, Santiago, La Vega, Santo Domingo y otros, las celebraciones inician en los últimos días de enero. El carnaval posee estas fechas principales desde su génesis, principalmente europea, aunque ha sido reinterpretada en el contexto de la criollización, caracterizado por la inventiva y originalidad de cada pueblo e impulsado históricamente por la clase marginal. Por su parte, en un proceso casual, se ha coaligado con las celebraciones patrias, constituyendo una celebración notable, con elementos que se entrelazan y en la cual la historicidad ha jugado un papel de primer orden.

El carnaval está definido como una expresión popular, la única fiesta que arropa la nación y en la que el pueblo es el protagonista, el mentor, el creador, el sustentador. Constituye la festividad colectiva e integradora más trascendental de nuestro país, misma que rompe con lo cotidiano, dando paso a la imaginación y creatividad popular. Ha sido una expresión propia del pueblo dominicano desde su surgimiento, aunque es en los últimos 30 años que antropólogos y sociólogos le han prestado una cimera atención y se ha estudiado con detenimiento, realizando sus particularidades.

Bajo ese contexto, fue en las décadas 80 y 90 del siglo pasado que se impulsaron con vigor las celebraciones de los carnavales en cada pueblo, fortaleciéndose en algunos y surgiendo en otros. Fue así como en 1982 se instituyó el desfile nacional de carnaval en Santo Domingo. La guerra de los grupos en La Vega desembocó en la necesaria organización de los mismos bajo un comité en 1988, siendo seguido este ejemplo por Bonao en 1990, imitándole posteriormente otros pueblos. Todo este resurgir Carnavalístico trajo consigo una consecuente comercialización de las festividades, comenzando a moverse la celebración bajo el marco de los intereses.

La comercialización de los carnavales, es el control ejercido por promotores, casas comerciales, firmas de fábrica, medios de comunicación, comerciantes y otros en las festividades particulares, que, aunque no organizan, crean las bases de un éxito basado en la presencia de un conglomerado que participa en la actividad en calidad de observadores y consumistas, no como de participantes directos, físicos y espirituales. Más aun, los recurrentes partícipes directos y organizadores se supeditan sobremanera a las líneas generales de la comercialización, dejando de lado el amor interno hacia la expresión, la fiesta popular y los elementos intrínsecos originales, todo se reduce a una fantasía y competencia grupal-barrial nada popular.

En el ámbito nacional, muchos de los carnavales están solventados exclusivamente por casas y firmas comerciales y sustentados por grupos de ciento «renombre», mismos que para su participación exigen altas sumas de dinero, so pena de su retiro de la festividad. Se convierten, en su mayoría, en negociantes y vendedores de las expresiones culturales populares genuinas. Tales actuaciones prohíjan en los participantes directos el interés sólo por el dinero, convirtiendo al carnaval en un lucrativo negocio, dominado y controlado por sectores importantes, situaciones que crean un tosco escozor entre los mismos grupos en pugna por el control de la fiestas.

La comercialización en sí, ha beneficiado económicamente a los pueblos carnavaleros, pero ha contribuido a la sustancial baja del amor hacia la expresión popular genuina, mermando los valores tangibles e intangibles que posee el carnaval en sus elementos, contribuyendo al agotamiento de las tradiciones, a la merma en el carácter integrativo y catarsis social del carnaval.

Ante todo lo expresado, pugnamos por la revalorización del carnaval, forjando una concienciación colectiva de la loable tradición que representa, creando las bases para una integración más activa del pueblo llano y marginal, persiguiendo que él mismo explote su antagonismo social representado en la criticidad hacia el sistema, impregnado de su realismo secular, creatividad y originalidad, participando en una fiesta que es de todos, que es del pueblo.

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