En un mundo que se derrumba bajo el peso de la rentabilidad, invadido por las sirenas devastadoras de la tecnociencia, de la mundialización que es nueva esclavitud, más allá de todo esto la amistad y el amor existen. Esta sentencia la escribió, en el 1998, Henri Cartier-Bresson, el más grande fotógrafo que ha tenido Francia, como Wifredo García lo es para la República Dominicana, diez años después que la fotografía dominicana, del Caribe y lo afirmamos del mundo, perdiera a un inmenso creador y docente.
Nos dejó antes de que irrumpiesen esos fenómenos del presente que ponen en riesgo el futuro. Y posiblemente él se hubiera suscrito a la era numérica y la práctica de la imagen digital, en caso de considerarla positiva para el avance fotográfico; ciertamente, Wifredo hubiera combatido el avasallamiento del enriquecimiento salvaje y de la mundialización, sesgadora de la identidad y la diversidad cultural. Ahora bien, en medio de esas crecidas amenazas, él demostraría el mismo amor, la misma amistad, el mismo altruismo. Es por lo que los dominicanos hoy, todas generaciones confundidas incluyendo a los jóvenes que lo descubren acogen la obra de Wifredo. Con fruición, curiosidad y reverencia a la vez, ellos rinden el tributo de la admiración a ese humanista, intelectual y artista por una obra y una personalidad de excepción.
Contundencia de una exposición. Estamos comprobando ese entusiasmo en la excepcional exposición del Centro León Peculiares obsesiones, así como lo habíamos visto en muy importantes muestras y retrospectivas que Wifredo presentó, sobre todo en la última década de su vida, que fue de una fecundidad increíble, como si él hubiera presentido que el fin estaba cerca.
No sólo ha sido un artista fundamental en la historia de la fotografía nacional, sino que hoy Wifredo es todavía nuestro fotógrafo mayor, el maestro término poco empleado en la escritura de la luz, incomparable, aparentemente insustituible, en su producción iconográfica, en sus enseñanzas, en sus textos de un rigor y una riqueza impresionantes.
En el ejercicio de su talento, dedicación exclusiva, percepción de la imagen y manejo de la cámara, él fue un fotógrafo absoluto, impulsado irresistiblemente por esa necesidad interior que, según Kandinsky, motivaba al verdadero artista.
Más allá de la observación neutral de ángulos, formas y vólumenes de la captación de un sujeto o escenario, hay la impronta de una atmósfera, de una poesía, de un drama, de un símbolo. Asistimos a la exploración sentimental de la realidad, a menudo a la interrelación con estados anímicos personales: Wifredo García desconocía la indiferencia y la frialdad.
El retrato que él llevó al clímax del género se transcendía en una transcripción conceptual de la persona, casi siempre humilde, que reflejaba no sólo al individuo, sino a la colectividad, conjugando ambiente, originalidad y estética.
Un apasionado de la dominicanidad. Observamos cómo se dedicó a retratar la dominicanidad a manera de una entrega apasionada, casi mística, repartiendo sus energías entre el campo, las clases y el laboratorio.
Una manifestación sin par en las artes visuales dominicanas y relacionada con lo que acabamos de afirmar, fue la interpretación fotográfica de la historia de República Dominicana, que Wifredo García tituló Nosotros.
Sublime acto de fe, esta colección cimera que data del año 1980 ha sido montada especialmente y de manera exquisita por el arquitecto Pedro José Vega en la retrospectiva del Centro León.
La muestra permite al espectador participar física e intelectualmente en la fase creativa de la colección, al manejar las imágenes también al anverso, pudiendo leer las anotaciones y textos manuscritos del autor, los cuales son una pura maravilla.
Wifredo García ha sido aquí un creador de extraordinaria contemporaneidad, privilegiando la imagen, haciendo un libro de historia en fotografías tomadas de la actualidad.
Maestro de la estética
A través de las distintas etapas de su carrera, este artista ya contemporáneo no ha temido revelar las verdades de la vida y la tierra por ejemplo en la serie La Frontera, no ha temido molestar y ser trivial poniendo en escena el rostro y el cuerpo humano, sus vicisitudes y también sus glorias. Sus fotografías han sobrepasado, por mucho, el ideal acostumbrado de belleza. Lo feo, lo monstruoso, forma parte de nosotros, expresaba Wifredo García.
Simultáneamente, él era un maestro de la estética y de la habilidad técnica, de la relación de líneas y tensiones, de la nitidez y el encuadre, con enfoques impactantes y efectos ópticos.
Los valores formales, incluyendo el color, fueron infinitos, en ese poemario visual de treinta años, en esa sucesión de odas a la vida, la naturaleza y el ser dominicano.