William Ospina: el ensayista y el prosista

William Ospina: el ensayista y el prosista

SUS ENSAYOS se leen como reflexiones sobre temas contemporáneos y como cavilaciones acerca de la historia y los mitos de América, en diálogo con Europa.

De su vasta obra literaria –que abarca ensayos, poesías y novelas—la trayectoria intelectual del colombiano William Ospina semeja un meteoro incandescente, de ideas e imágenes verbales. El centro temático de sus últimas preocupaciones ecologistas como ensayista reside en el ecosistema, el medio ambiente, el cambio climático y el calentamiento global, cuyas ideas deparan en una crítica a la innovación desenfrenada, al progreso material como ilusión del desarrollo humano y como trampa de la razón. Hay, además, una nostalgia por el mundo antiguo y el pasado clásico. Su universo de ideas dialoga con Platón, Dante, Homero, Santo Tomás, Spinoza, Nietzsche, Montaigne, Borges, Kafka, Hegel, Marx, Freud; y su universo poético y literario, con Hölderlin, Rimbaud, Baudelaire, Poe, Byron, Joyce, Dostoievski, Shakespeare, Emily Dickinson, Cervantes, Novalis, Whitman, Wilde, Darío, Neruda, Chesterton, Eliot, Dickens, Quevedo, Estanislao Zuleta, Flaubert, Alfonso Reyes… que conforman su parnaso letrado y sensible; también con los textos sagrados, los sabios orales –Cristo, Krisna y Buda–, los mitos, la historia, las religiones y la filosofía que le sirven de espejo, donde se reflejan su mente imaginativa y su corazón sensible. Es decir, se miran el científico y el poeta, el novelista y el historiador, el mitólogo y el pensador. Ospina, en sus ensayos, deja entrever su vasta cultura filosófica e histórica, clásica y antigua, artística y bíblica. La naturaleza y la sociedad alimentan su espíritu creador y crítico. A la manera de un utopista moderno, que ve con escepticismo el presente, y con optimismo el pasado, Ospina es sensible al destino humano y al futuro del planeta. Se muestra como un antipublicista (adjuró de ella) o un neohumanista, que persigue disipar los límites entre el hombre y la naturaleza. En él, la razón y el espíritu pugnan para que sobreviva el arte sobre la ciencia. Defensor de la memoria y la educación frente a la información estéril y la tecnología ciega, deviene en un crítico de la globalización, la sociedad del consumo, las modas, el lucro, la opulencia y la vulgaridad. Cree menos en la erudición que en la sabiduría, y más en las experiencias de lectura que en el conocimiento académico. Semeja un místico y un hombre del Renacimiento y la Ilustración que un intelectual moderno. Amante del misterio de las cosas y de la inocencia, Ospina se transforma en un venerador del misterio y la maravilla del Caribe y las tierras americanas. Defensor de la tradición y las costumbres ancestrales, no de las corrientes ideológicas en boga, prefiere amar los libros y la lectura, que elogia (“los libros abren una lámpara maravillosa”), antes que los aparatos tecnológicos, que nos invaden y nos arrebatan el reposo y nos roban el silencio.
En William Ospina el sueño y el pensamiento parecen postular una potencia creativa heredera del Romanticismo, y de ahí que sus dioses sean los poetas románticos y los filósofos antiguos. Descree de la religión de la tecnología y de la ciencia deshumanizante, Ospina cultiva un arquetipo de ensayo especulativo y meditativo, divagante y elíptico, como buen heredero de Montaigne. También un ensayo poético y narrativo-argumentativo, que media entre el periodismo culto y la literatura, por la agilidad de su sintaxis y el dinamismo de sus imágenes, en prosa de imaginación, no sin elegancia y osadía intelectiva, y donde resuenan la musicalidad de sus ideas y su magia verbal. Este laureado escritor revela conciencia intelectual y conocimiento de la historia de América y de Europa, como pocos autores de la actualidad. Se manifiesta como un antropólogo, un etnólogo y un arqueólogo de las tierras del Nuevo Mundo. Cultor de la novela histórica, del ensayo lírico y del retrato poético, su obra danza entre el relato, el ensayo y la poesía. En Ospina se funden el naturalista y el geógrafo, el ecologista y el aventurero –a la manera de Humboldt o Darwin, Colón o Marco Polo–, al adentrarse en la naturaleza de la geografía americana y, en especial, colombiana. Admirador de Voltaire y Rousseau, del “buen salvaje”, que vislumbra los males en la civilización y las bondades en la naturaleza. Y de ahí que vea en la civilización, a la barbarie. Descree del progreso, que concibe como un mito anacrónico y sin alma, y prefiere profesar el culto de los antepasados.
Sus ensayos se leen como reflexiones sobre temas contemporáneos y como cavilaciones acerca de la historia y los mitos de América, en diálogo con Europa. Exégeta del Descubrimiento, la Conquista, la Colonización y la Independencia de las Naciones americanas, con sus herejías y bondades, Ospina exhibe, en su estilo, una prosa emotiva y danzante, encantada y embrujada, mágica e iluminativa, donde la cultura y la naturaleza sobresalen sobre la sociedad, y en la que lo divino y lo humano se intercambian. Sus ensayos reflejan una literatura comparada, en la que dialogan Oriente y Occidente, América y Europa, África y el Caribe, el pasado y el presente, el mito y la historia, la filosofía y la poesía, la religión y la literatura, la tradición y la modernidad.
En su obra, el pensamiento se confunde con la imaginación y la especulación con la reflexión, en una prosa cadenciosa, donde la aventura de pensar se vuelve voluntad de estilo, y libertad intelectual. William Ospina pertenece a una rara estirpe de escritores, que conjugan erudición enciclopédica con una obra literaria, donde el poeta y el novelista se funden con el ensayista. Después de su trayectoria como ensayista y poeta, “rompió” a escribir novelas históricas, con las que ha ocupado un espacio ejemplar en las letras colombianas, y obtenido el Premio Rómulo Gallegos y el Nacional de Novela.
Si no es un crítico de la actualidad, al menos sí es un anatomista del cuerpo social, que desnuda sus lacras. Es un escéptico o un nostálgico esperanzador, que perdió la fe en el porvenir. Solo tiene fe en el pasado, en el mundo del ayer, y ve con escepticismo las bondades de la industria, la ciencia y la tecnología. Crítico de la prisa, del trabajo improductivo, del consumo desenfrenado, del fin de la privacidad, la obscenidad y el desprecio al saber y al ocio, que vislumbra una pérdida del paraíso humano.
Ospina tiene vocación de hacer lista, y de ahí que siempre enumera ideas, hechos y nombres, como Whitman y Borges en poesía. Se vale del polisíndeton para darle amplitud y dinamismo a la frase. Las citas de frases y versos que hace se repiten en sus libros,y le sirven de impulso reflexivo. Colombia se convierte en el centro de gravedad de sus preocupaciones intelectuales y de sus desafíos políticos. Vislumbra el presente como una trampa y el progreso como su representación.
Poeta que idolatra la historia y pensador ecologista, Ospina postula por una relectura de la historia, que disipe la desmemoria, y por una recuperación de la idea del hombre no disociado del cosmos, sino en armonía universal con el universo. De ahí que abogue por una educación, cuyas tareas sean estimular el saber universal frente al saber especializado. Nos alerta de los riesgos del aprendizaje, pues este es capaz de crear a la vez vino y vinagre, medicina y veneno, de construir castillos y bombas atómicas, guitarras y cuchillos.

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