Xenofobia botánica

Xenofobia botánica

¿Cuántas insensateces y necedades tenemos que soportar los ciudadanos de esta pobre e infortunada tierra, la República Dominicana, con la decisiones arbitrarias que adoptan nuestras autoridades?

¿De cuánta paciencia debemos hacer acopio frente a los cotidianos despropósitos de esas autoridades para no caer ni en una invalidante depresión ni en desbordamientos más allá del marco de la Ley?

¿Por qué en dichas decisiones nunca se consulta con sinceridad los deseos de la gente asumiendo que la palabra incontrovertible es la del «técnico», aunque sea evidente la magnitud de sus yerros?

Todas estas preguntas nos la formulamos porque no entendemos qué de bueno puede tener el desmontar amplias zonas verdes de la ciudad de Santo Domingo para sembrar «vegetación endémica», porque según dicen los responsables, las calles deben exhibir las plantas que se dan aquí, tal y como se dan en ciudades como Miami, Barcelona, Bogotá, etc., además porque dichos árboles «extranjeros» ensucian demasiado y rompen las aceras, como sino existieran medidas para subsanar esos problemas.

No entendemos cuál es el afán de las autoridades para talar sin ton ni son árboles que embellecen y brindan sombra, amén de proporcionar oxígeno limpiando la atmósfera enrarecida por el smog de nuestras calles, reduciendo de manera sensible el cinturón ecológico de una ciudad que caracteriza su atractivo precisamente por ser todavía una urbe verde.

No entendemos tampoco y quisiéramos que nos explicaran el porqué, con argumentos nacionales, valederos, en un mundo en donde se discute tanto de la ecología, del calentamiento global y la desertificación, que aquí graciosamente, con preceptos baladíes y espúreos, desprenden para siempre de nuestras calles los bellos y frondosos árboles para sembrarles palmitas, gramas y florecillas en las isletas y aceras, y supuestamente diseñar una ciudad más acorde a los «quiméricos» modelos foráneos que llevan en mente los responsables de tan esperpéntico proyecto.

En nuestra experiencia viviendo en Alemania, país por cierto líder en asuntos de ecología y biodiversidad, está terminantemente prohibido cortar un árbol, el que sea (a menos, claro está, de que el mismo sea un espécimen enfermo), prefiriéndose, en caso de que vaya a pasar una vía ferroviaria o se construya una casa o un edificio y un árbol esté de por medio obstaculizando el proyecto, de que antes de cortarlo, se construya alrededor de él, viéndose cosas tan interesantes de edificaciones que siguen la lógica de la criatura vegetal.

No obstante las justificaciones que nos dan los «técnicos» del porqué se talan esos árboles no autóctonos (xenofobia vegetal), queremos comentarles una experiencia que nos aconteció cuando nos desempeñábamos como delineantes en taller de planificación urbana del Ayuntamiento, allá por el año 1986, y fue cuando se decidió tumbar todos los árboles de jabilla de la Jiménez Moya en las inmediaciones de los edificios gubernamentales, en donde quien escribe estas líneas junto con un compañero de trabajo, nos encomendaron hacer el diseño de los jardines de esa isletas, a lo que nosotros, sin experiencia en tal área, le dijimos al jefe inmediato que no podíamos diseñarlo porque no teníamos idea de ello, además exigíamos la presencia del arquitecto a quien se le encomendó la tarea para que nos supervisara, y el jefe nos respondió: «la persona no va a venir porque hace rato que cobró sus cuartos y ya se mandó…»

En fin, amables lectores, se cometió aquel crimen de hacer unos jardines horribles en las isletas (que posteriormente fueron destruidos para construir lo que hoy existe), y que en palabras de una eminente profesora de arquitectura de la UASD que un día de improviso visitó el taller, nos dijo con dolor cómo nosotros en el Ayuntamiento podíamos cometer semejante barbaridad, a lo que nosotros respondimos: «Profe, sólo cumplimos órdenes de arriba…»

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