XX Concurso de Arte Eduardo León Jimenes

XX Concurso de Arte Eduardo León Jimenes

MARIANNE DE TOLENTINO 
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El Centro León está organizando una serie de actividades públicas, encuentros y conversatorios en torno al XX Concurso de Arte. Es una iniciativa loable, que permitirá expresar argumentos y juicios, de preguntas y respuestas, explicando tanto las participaciones como las decisiones… si es que el arte se puede explicar.

Dudamos de que se llegue a analizar los objetos artísticos admitidos y presentados en el contexto de la evolución de las artes visuales dominicanas. De todos modos, parece difícil evaluar el momento estético nacional, una conclusión que no es nueva y caracteriza gran parte de nuestros concursos y bienales. Mientras el rechazo había operado con filo y filosofía de guillotina para con algunos artistas, por el contrario indultos e indugencias sorprendentes se manifestaron a la hora de seleccionar. Cuando se visita por segunda vez la muestra resultante, no se rectifica la impresión inicial en un sentido positivo.

Los valores que se desprenden del conjunto expuesto no están claros, ni ricos, ni en la mayoría de los casos exportables, algo que actualmente interesa particularmente al arte dominicano y su difusión. No se puede hablar de buen gusto, de humor, de virtuosidad, de compromiso social, de alusiones políticas, de introspección, de inventiva, ni siquiera de apropiación y mucho menos de profundidad. O sea de cualidades y mensajes que han distinguido la personalidad del arte dominicano, especialmente el arte joven y contemporáneo, en otras coyunturas. La mayor virtud, en términos generales, se identifica en la buena elaboración de los trabajos y su terminación, eventualmente sofisticada.

A diferencia de concursos anteriores, donde se distinguía una corriente dominante, orientadora y renovadora, tanto en el criterio de los jurados como de las preocupaciones y perspectivas del arte contemporáneo (¿?) aquí falta una propuesta. Nos preguntamos entonces si cualquier cosa será válida, y si la inocuidad o la insignificancia –a escribir “in-significancia”– no se convirtió en el mayor común denominador de lo que se tomó en consideración.

Cabe señalar que el recorrido empieza muy bien, comunicando con pinturas y dibujos una sensación de frescor y agrado, pero pronto surgen tiempos muertos con obras indefinibles, y el tedio finalmente vence al interés. La museografía, a la cual suelen hacer corresponsable de los fallos, no tiene la culpa. Es muy cuidadosa, discreta, respetuosa de los artistas, y ciertamente –como se estila en el Centro León- ha cumplido su cometido en la distribución espacial y la instalación de las obras, pensando en el espectador.

Si las obras seleccionadas retienen la atención, los premios, a la segunda mirada, continúan generando reflexiones, y sobre todo el hecho de que se declaró desierto el máximo galardón –independientemente de su valor metálico, en términos de prestigio y de una tradición quebrada–. Indiscutiblemente, se ha penalizado, con esa abstención, el arte dominicano, a través de una selección vista como representativa de lo que se está haciendo hoy, pese a que luego –pero tarde- los jueces modificaron ese criterio totalizante.

PREMIOS

En esta premiación, tres obras sobresalen y podían calificar para el Gran Premio.

La pintura de Gerard Ellis, un talento nuevo, rápidamente ascendente y ya reconocido, es contundente, no sólo por la pulcritud de su ejecución y el buen uso de los medios mixtos, sino por su actualidad… los perros robots, propuestos como mascotas ideales y asépticas. El mensaje, tan importante en el arte, es agudo y plural. Conlleva una vertiente ecológica: ¡cuando hayamos extinguido la fauna, habrá que recrear una ilusión, con componentes tecnológicos! Por otra parte esa vida artificial… sin embargo precisa de máscaras antigases y amenazas químicas, obsesión y realidad de nuestra época. Y se miman a esas máquinas, convertidas en ¿el mejor amigo del hombre? No dejamos de pensar que el hecho de la selección de las tres obras concursantes –y de gran formato– inhibió al Jurado de dar el gran premio a Gerard Ellis: era como coronar a un conjunto abarrotador en relación con las otras participaciones y una superioridad cuantitativa. Dos telas, en nuestra opinión, le hubieran favorecido más.

Maritza Álvarez presenta una de las más fuertes fotografías de su carrera, y hubiera sido edificante ver una segunda. Cuánta riqueza encierra “La trampa”, esa imagen de un fragmento de cuerpo femenino, de lencería y carne sobre fondo de alcohol! Es una puesta en evidencia, de la violación, la violencia, el engaño. Sutilmente la artista muestra una irradiación sangrienta, y la presencia del hombre se insinúa, con el rollo de tela, casi asociando metafóricamente el miembro masculino al drama. Una fotografía a la vez hermosa –con un colorido de gran sutileza y eficacia-, profundamente perturbadora. Aquí no hubiera bastado el blanco y negro.

El único vídeo a considerar entre los seleccionados era sin duda el de Pascal Meccariello, que confirma su dominio creciente de la tecnoimagen, bien sincronizado, bien sonorizado, bien cadenciado, y de gran limpidez. La duración es perfecta, y la fascinación se sostiene del principio hasta el cierre. La obra invita el espectador a un descifraje participante, y nuevamente nos encontramos ante una obra insidiosa y metafórica, de un erotismo pronunciado, sin que las connotaciones sexuales lleguen a una provocación desagradable. Como McLuhan, él nos dice que “el medio es el mensaje”, sabiendo comunicar el impacto de la tecnología. Un ejemplo de excepción en el arte dominicano.

Quien conoce a Fausto Ortiz, su dedicación, su investigación constante, se alegra mucho de su Premio por un díptico de imágenes, de buen encuadre y obviamente acertado manejo de la sombra, vuelta protagonista del escenario. Hay geometría, ritmo, contraste, y la segunda obra precisa el sentido del anonimato del indivíduo pese a su emblema de Superman y talvez por ello !la identidad se ha perdido!

La fotografía, al igual que en el Concurso anterior, acapara los premios, consecuencia de una admisión mayoritaria. Han distinguido igualmente a “La Vida en el batey”, una fotografía antropológica de Pedro Fidencio Joseph, fuerte y voluntariamente ajena a toda complacencia, con una manipulación hábil del color y el blanco y negro. Es un triunfo en una carrera todavía joven, aunque el fotógrafo, oriundo de La Romana tiene madurez. El premio atribuido a la fotografía digital de Robert Álvarez Dubreil, no deja de evocar las variaciones del siempre recordado Frank Almánzar sobre la bandera dominicana, y fustiga, en sus tres banderas invadidas, la ocupación consumista y cultural omnipresente, un tema que suele seducir a los jurados. Evelyn Espaillat, que merece la Mención otorgada, parecería reconsiderar su imagen fotográfica o volverla más seductora.

Aunque el dibujo premiado de Rafael de Lemos repite su concepción, su temática y su técnica de las obras de la última Bienal Nacional de Artes Visuales –sin igualar la contundencia del Tercer Premio que se le había otorgado allí-, se trata de un formidable estímulo para que el artista exponga y de sus pruebas con mayor frecuencia en la escena dominicana. En cuanto a la Mención conferida a Yuli Monción reconoce una meticulosa ejecución y un sujeto vernáculo, pero la artista nos ha acostumbrado a trabajos más significativos.

Los Premios y Menciones atribuidos no eran, y esto también sucede siempre, opción única para las decisiones del Jurado, entre las obras seleccionadas y sometidas a su evaluación.

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