¿Y, a quién le importa la transparencia?

¿Y, a quién le importa la transparencia?

La transparencia es un tema de actualidad; un tema de siempre. A todo el mundo ha de gustarle que sus relaciones personales o institucionales sean lo más  transparente posible. Y así debe ser. Debe hacerse un esfuerzo sincero porque así sea. El dicho popular lo confirma: “Cuentas claras, conservan amistades.” Las relaciones familiares, entre amigos, de pareja, comunitarias, profesionales, científicas, para ser provechosas, deben asumir ese carácter. En su contra tienen otro mundo donde prevalece el engaño, la mentira, el oportunismo. Un mundo perverso, deshonesto, tentador,  donde lo ético y lo moral poco cuentan, si tienen algún valor.

En la política, definida por los seguidores del pragmatismo como el arte de lo posible, de lo que es útil y conveniente para mí y para mi partido y seguidores, la transparencia tiene otra connotación. Puede ser altamente contraproducente. Peligrosa. Pero no despreciable como tema de discusión. Suele ser  un arma útil de simulación y entretenimiento de la que se puede obtener ganancia de causa, o al menos, determinados beneficios a corto plazo. Porque el engaño y la mentira no pueden durar siempre. Duran tanto como tarda la verdad en  llegar. Para el fantasioso, la mentira y la verdad se confunden. Creen tanto en sus mentiras que a veces, honestamente, se creen honestos. 

El pasado año 2009, el Presidente de la República, artífice de cumbres, mediaciones, conciliábulos, negociaciones, convocó a los representantes de varios organismos  internacionales importantes (BID, BM, USAID, PNUD) para abordar el tema de la corrupción que tanto preocupa por su generalización en este pedazo de isla como en todo el orbe globalizado. Fruto de esa reunión, que asumimos fue iniciativa del Señor Presidente, pero bien pudo ser de sus asesores políticos o de los propios organismos internacionales, surgió la idea de un gran taller,  donde se discutiera, conjuntamente con sectores de la sociedad civil y los partidos políticos el tema de la lucha contra la corrupción, (que no es otro que el de la transparencia) para explorar el apoyo consensuado que esos organismos y los demás  participantes interesados pudieran recomendar a medidas de prevención, control y corrección.

Durante varios días, 10 mesas de trabajo debidamente organizadas se darán a la fantástica tarea de hurgar y encontrar una explicación razonable, científica, aceptable de causa-efecto, del porqué  de los altos niveles de corrupción existentes en el país y de los mecanismos adecuados para luchar contra este mal que, en contrapartida,  es generoso bien de unos cuantos,  para ponerle coto a este flagelo. No veo nada de malo en este ejercicio, que creo más diletante, de carácter académico y pragmático, que indispensable;  si realmente se quisiera enfrentar el vicio denunciado,  con  los estudios, elementos y recursos que ya disponemos sería bastante. Contundente sería que alguien, con poder necesario y  voluntad decidida, hubiese tomado medidas concretas que garanticen que los resultados del taller serán efectivamente aplicados porque se quiere llegar al fin perseguido. 

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