Y ahora, ¿a qué jugamos?

Y ahora, ¿a qué jugamos?

MARIÉN ARISTY CAPITÁN
Cuando se abrió la puerta ella sonrió mostrando con algarabía los cuatro brillantes azahares que iluminan su inocente rostro infantil. Aunque era pequeña, como ella, esa nueva puerta era sinónimo de un mundo por descubrir. Pilar Marie, una bebé de nueve meses y medio cuya historia en nada se parece al de Miguel Hernández a pesar de lo mucho que me hace recordar a la “Nana de la cebolla”, estrenaba ayer un nuevo juguete: una puerta de plástico llena de música y juegos interactivos que la estimularán a aprender a sostenerse sola, a reconocer los números, los colores, el reloj… parte de una cotidianidad que fue hecha a su escala.

Como la puerta, mi pequeña sobrina tiene toda una suerte de juguetes que le han enseñado algo. Al verlos, es inevitable que uno retorne a la infancia. ¡Qué diferentes eran los nuestros!

Ella, por ejemplo, nunca sabrá lo que es un tutú (una especie de velocípedo de madera que apenas corría) pero conocerá las computadoras desde temprana edad. Tendrá, a diferencia de nosotros, una infancia moderna.

Juzgar esa modernidad puede ser complejo. No sabemos si, a causa de ella, se perderá la experiencia de disfrutar con lo más nimio o de recrear situaciones mágicas a partir de pequeños objetos una gran dosis de imaginación.

No sé qué es mejor o peor. Lo único que tengo claro es que los tiempos cambian y con ello los juegos, los niños, los padres, la sociedad y, por tanto, el presente y el futuro.

En nombre de esos cambios, sin embargo, se nos pretende manipular. Y se hace a todos los niveles. Por ejemplo, se nos obliga a depender de la tecnología y a apostar por ella como si fuera panacea y talismán. Es en pos de esa famosa sociedad del conocimiento y la información, que ha llegado de la mano de la revolución tecnológica que se pretende alcanzar en el siglo XXI que se están gestando todos los programas gubernamentales.

Por eso vimos con horror cómo se inauguró una feria para dar a conocer la visión de nuestro Presidente, Leonel Fernández, en la que cada dependencia tenía que hacer galas de la forma en que se ha revolucionado gracias a los lineamientos del mandatario.

Y si hablo de horror es porque me parece inconcebible que se gaste el dinero del pueblo en engrandecer la imagen de alguien que está llamado a trabajar para nosotros, sin que por ello haya que adularle.

Supongo que con esta feria se está jugando a preparar el terreno de la reelección. De lo contrario, ¿se hablaría de diez años de gobierno cuando Leonel apenas tiene seis? Quedan cuatro, según los organizadores, para que su visión pueda materializarse.

Sea como sea, amén de que ante la falta de liderazgo local y la infausta experiencia del gobierno pasado lo más probable es que el Presidente repita en Palacio, lo cierto es que con esta feria nos están demostrando que los tiempos también cambian a la hora de hacer política.

Ya no se conforman, como hacía Balaguer, con que alguien señalara con el dedo las obras realizadas: ahora, tomando de mano a la tecnología, hacemos ferias y hablamos de una nueva era que está por llegar. Mientras eso sucede, tenemos centros tecnológicos en barrios donde no hay qué comer; niños que aprenden inglés cuando aún se discute cómo aprenderán bien las matemáticas o el español; una isla artificial que llega al Congreso de mano de un fantasma pero nadie se preocupa por descubrir su identidad; un metro que se construye a toda celeridad mientras aún no hemos resuelto nuestros problemas básicos; y laboratorios de informática que ni siquiera tienen internet.

En resumen: tenemos un Gobierno que aspira a tener la fabulosa puerta de Pilar Marie en un país que apenas puede “jugar” con un pequeño y práctico tutú.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas