¿Y cómo son los dominicanos?

¿Y cómo son los dominicanos?

REGINALDO ATANAY
NUEVA YORK.- Ha poco que una señorita sudamericana, nos preguntó: ¿Cómo son, en realidad, los dominicanos? Nos «acotejamos» en la silla, y compusimos un gesto… como si fuéramos más viejos de la cuenta.

Y nos dispusimos a contar cómo vemos a los dominicanos; y queriéndolo explicar, nos sentimos como si estuviéramos acomodados en una mecedora, debajo de una enramada, con piso de tierra, mientras armonizaba  el ambiente un aguacero torrencial, con truenos y relámpagos, y un vientrecillo, con olor  serranía, untado de tiempo y nostalgia…

Y con otro olor adicional: el de la preparación de un sancocho: «el único santo que se come… y no hace milagros.»

Aquí, en Nueva York, hemos ejercido la vida por muchos años; por muchos, sí. Pero todos los días, solemos «volver a casa». Es decir, que cuando se asoma el tiempo de reposo, en una de nuestras relajaciones, regresamos mentalmente a aquel pedazo de isla, a vivirla en corazón y pensamiento.

Cuando esa muchacha nos hizo la pregunta, nos vino desde el recuerdo la idea del viejo contador de cuentos, trabajador del campo, machete al cinto; leve tufo de ron, y la sonrisa franca y humilde. Y quisimos comenzar diciendo, como los cuentos fascinantes aquellos de duendes y gnomos; de indigentes, príncipes y doncellas, en que  el contador decía: «Había una vez, hace muchos años…»

Y recordamos también al Ilustre Manco aquel, don Miguel, el de Alcalá de Henares, cuando comenzó su gran historia de Don Quijote: «En un lugar de La Mancha, cuyo nombre no quiero recordar…»

Y el Yo Interno nuestro nos dijo: «No seas manganzón, ¡carajo! ¿Te vas a poner a plagiar ahora? Dilo con tu propia lengua, y deja las de los demás tranquila».

Así, pues, nos dio vergüenza.

Y contamos ahora, cómo vemos a nuestros coetáneos: somos un montón de gente antillana, con todos los colores humanos, y una confluencia   de genes tan grande, en la que se juntan los de negros, indígenas, europeos, asiáticos… y tanta mezcolanza de razas hay, que los dominicanos constituyen una especie de «raza» especial, en donde convergen esencias de gentes de todos los sitios del universo terráqueo. Y todos (salvo las excepciones de la regla) unidos por el amor.

Puede que por eso, el ilustre amigo ya ido al otro lado de la vida, Ramón Rafael Casado Soler, autor de la conocida canción «Celebro tu cumpleaños, tan pronto vi asomar el sol», dijo de ese sitio geográfico: «Dominicana: el país del amor eterno». Y lo escribió, en un libro ya famoso, en donde nos hace el honor de citarnos.

El dominicano, obedeciendo al sitio en donde está montada su media isla, tiene vientos de todos los puntos cardinales, y una síntesis de las sangres que circulan en  las venas de todos los hermanos que pueblan la Tierra.

Se siente, como si eso fuera (y parece que es) un mandato cósmico, de que ese vecindario del mundo tenga la suma de lo que es el ser poblador de este planeta, pues en aquel sitio se situaron quienes viniendo de Europa, tocaron tierra, y desde ahí, fueron a otros barrios  de América a darle el tinte europeo, a fin de que se concluyera la «creación» geográfico-utópica, de «El Nuevo Mundo».

(Vamos a quedarnos con estas disquisiciones hasta… ahorita. Seguiremos discurriendo…)

Para la meditación de hoy: ¡Ya estás, ombe! Estás hecho y completo… «a la medida». Dios no hace cosas a medias; tiene ese Padre Cósmico el poder absoluto de trabajar la energía universal y trocarla en poder y fuerza. Y amor. Y tú eres un ejemplo de vida divina. Déjate de tonterías: invoca tu poder divino, como hijo de Dios, y deja que esa fuerza augusta te guíe… No te arrepentirás.

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