¿Y después?

¿Y después?

Cuando leía los titulares de La Nación, en 1944-1945, mi ingenuidad, guiada por los despachos de prensa de los aliados, esperaba que la derrota de Alemania traería la paz.

Pasada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en una gran potencia con  su potencial intacto.

La guerra se libró en Europa, África y Asia y en el territorio continental de Estados Unidos no se disparó un tiro contra enemigo alguno.

Toda la fuerza de la producción industrial de EEUU se volcó sobre el mundo y sus capitales y sus tecnologías se apropiaron de los mercados.

Europa quedó tan devastada que los norteamericanos repitieron la operación económica que permitió la unificación de Estados Unidos después de la Guerra Civil de 1861-1865, en un gran mercado de consumo.

El plan Marshall, de capitalizar a Europa para que se recuperara económicamente, produjo una avalancha de inversiones directas e indirectas,  que permitió a los gringos apropiarse de buenos negocios y emprender nuevos con un mercado cautivo.

Las bombas atómicas contra Japón fueron una operación económica para arrodillar al emperador nipón y realizar inversiones multimillonarias en distintas empresas industriales, que unieron la audacia comercial de Estados Unidos con la disciplina y el genio japonés.

Europa y Asia se hicieron deudoras de nadie sabe cuántos miles de millones de dólares, que entonces era la moneda internacional de comercio, hasta que el afán de dominación imperial descalabró el sistema que mantuvo el patrón oro como referencia para negocios, programa exitoso durante 25 ó 30 años.

La crisis de hoy no surgió de la noche a la mañana. La crisis de hoy no es un manantial de aguas frescas que brota en las montañas y corre por un cauce de piedras blancas. No. La crisis de hoy es fruto de lo que el Presidente Lula, con gran acierto, llama la economía de casino. Mi amigo el Ciudadano del Mundo siempre dice que nada más peligroso que jugar con la moneda, con el dinero. El dinero es algo muy serio para que se permita la especulación.

Cuando millones de personas colocan su dinero en negocios que especulan con dinero, a través de acciones, que son papeles cuyo valor es cuestionable, ese dinero está en la cuerda floja.

Si corre la noticia de que una empresa pierde dinero, o hay una sobreproducción del renglón principal, los negociantes de la bolsa venden las acciones de esa empresa, a menor precio, como si quemaran.

Empresas financieras que juegan con altos riesgos han colocado en aprietos las bolsas del mundo, pero nadie ha dicho que la producción de huevos, pollos, libras de carnes de res, carneros, ovejas, pescados y mariscos, harina, habichuelas, grasas comestibles, ha disminuido.

Si se mantiene la producción, quienes perderán dinero son los especuladores.

Si los gobiernos se ajustan los cinturones e invierten en la producción de alimentos y en la industrialización de los mismos, la crisis será soportable, de lo contrario, nos comeremos unos a otros.

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