¿Y el amor?

¿Y el amor?

  ROSARIO ESPINAL
Era una tarde calurosa en Santo Domingo y el cielo parecía desplomarse entre nubes cargadas de lluvia. Recorría calles congestionadas en un taxi destartalado, y en una de las tantas intersecciones, una jeepeta se nos tiró encima. No hubo rasguño, por suerte, porque hubiese sido la desafortunada. El sudor sofocaba y el chofer maldecía todo.

El tráfico caótico, los dueños de jeepetas, los agentes de AMET, los imprudentes, y hasta los políticos corruptos.

Yo, presa en esa jaula, me resigné a concluir con paciencia el trayecto.

En medio de la retahíla de insatisfacciones, escuché la muletilla: «en este país se necesita un Trujillo para que arregle las cosas». Después habló del paredón para ajusticiar a todos los delincuentes y me pidió que corroborara con su planteamiento.

De repente, la sensación de opresión en los carros desató la rabia colectiva y las bocinas resonaron. Entonces no era sólo el calor que nos alteraba, sino también el ruido disonante.

No se avizoraba escape por ningún lado. Todas las calles conducirían a un nuevo taponamiento. Así es que, sin solución a la vista, tuve que seguir escuchando las quejas del chofer malhumorado.

Pero inesperadamente, no recuerdo dónde, el tráfico se aligeró, y al fluir los vehículos, el ambiente se hizo más propicio para cambiar de tono y temática.

Era joven, no mayor de 28 años, y parecía un novato al volante. Me dijo que tenía una computadora y la prendía todos los días al llegar a su casa.

Sorprendida, le pregunté: «¿Y qué hace usted en la computadora?» «Busco una novia», respondió sin ruborizarse.

Me asaltó entonces la curiosidad sociológica. Ya sé que está de moda buscar pareja en Internet, pero no esperaba ese testimonio de aquel chofer.

A partir de ahí, no quería que el tráfico fluyera rápidamente para poder obtener los detalles de las aventuras cibernéticas.

Mi segunda pregunta fue: ¿Por qué busca usted una novia en Internet? Su respuesta: «Porque quiero irme del país». Ah, pensé yo, tiene sentido la estrategia; y le comenté: «hay muchos países en el mundo, ¿cómo escoge usted un país para buscar una novia?

Me contó con detalles la historia, aunque aclaro, tal vez todo era falso. De todas maneras, sus palabras reflejaban dilemas y expectativas de cambio.

Me dijo que sólo le interesaban las mujeres de Europa, Estados Unidos y Puerto Rico por el pasaporte. Explicó que cuando una mujer de un país latinoamericano se interesa en el chateo, le declara exclusivamente su amistad porque no le interesa salir de la República Dominicana para vivir en otro país pobre.

Y pensé, este joven hace diariamente su ciber-selección femenina con un espíritu darwinista. Entonces formulé mi tercera pregunta: ¿Y cómo se hacen novios por Internet? Respuesta: «cuando fluye el chateo y la mujer es de un país al que quiero emigrar, le propongo que sea mi novia».

Cuarta pregunta: ¿Y hasta cuándo son novios? Respuesta: «Hasta que desaparecen del Internet o vienen a visitarme y averiguo si quieren casarse o no».

Hasta el día en que hablamos, el chofer no había obtenido el beneficio principal de su estrategia cibernética, pero, según me dijo, mantenía las esperanzas de encontrar su futura esposa por esa vía, porque taxista en Santo Domingo no se quedaría toda su vida.

La historieta me llevó a pensar en el vuelco de la racionalidad, en la mutación de la emotividad, en la intersección de ambas, en las necesidades materiales que se interponen a lo sublime, en las interpretaciones del amor que a veces ni siquiera existen.

En que quizás lo más profundamente humano se nos evapora constantemente y deja el campo libre al cálculo más primario, a las urgencias por satisfacer necesidades materiales para la supervivencia, a los deseos más inmediatos que a veces, o muchas veces, son inalcanzables.

¿Y el amor? Pensé insistentemente. Esa afectividad que expresa una profunda conexión humana de entregas sin precondiciones. Esa fuente de energía que nos impulsa a crear, a ser, a sentir. ¿Dónde está?

¿Es que ha muerto el romanticismo atrapado en la razón, ahora reducida a simples cálculos para satisfacer lo que la publicidad hace esencial en la vida y la sociedad se resiste a ofrecer?

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