Seguido por más de un millón de personas que presenciaron el recorrido del cortejo nupcial y marcado por el júbilo que invadió a los más de dos mil millones que lo vieron por televisión, el cuento de hadas del príncipe Guillermo y Catalina Middleton tuvo su final feliz. O más bien un nuevo comienzo para los que desde hoy son los duques de Cambridge, título que les fue otorgado por reina Isabel II.
La Abadía de Westminster fue el escenario donde 1,900 invitados presenciaron la unión del príncipe y su prometida, quien llegó al altar sonriente y muy elegante con un vestido de Sarah Burton, para la firma Alexander McQueen.
El arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, ofició la ceremonia que duró aproximadamente una hora y que tuvo como padrinos al príncipe Enrique, hermano de Guillermo, y a la hermana de la novia, Philippa Middleton. Tras la ceremonia, los nuevos esposos partieron al palacio de Buckingham, donde la reina ofreció un brindis a 650 de los invitados.
Pasado el mediodía, los esposos partieron del palacio para descansar y así poder estar listos para el banquete que ofrecería en la noche el príncipe Carlos, padre de Guillermo. A esta fiesta estaban convocados 300 invitados, familiares y amigos, quienes disfrutaron de un evento que convirtió a Buckingham en una discoteca, hasta el amanecer.