¿Y esa violencia, de dónde viene?

¿Y esa violencia, de dónde viene?

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Los dominicanos podemos afirmar que nos persigue, de manera permanente, la tentación de la violencia. Porque las múltiples caras que presenta la violencia es, entre nosotros, un componente de nuestra cultura.  Pero si es cultural, debe hacerse la acotación, no se trata de un fenómeno genético, sino de una conducta aprendida. Es decir, hemos aprendido a ser violentos, a ser agresivos, hemos aprendido a tener en la fuerza un instrumento a la mano para atacar, para contraatacar, para ofender y para defender nuestro territorio, nuestra mujer, nuestra religión, nuestro trabajo, etcétera.

En qué momento nos hicimos violentos, no lo sé. Hay múltiples enfoques que procuran explicar la etiología de la violencia en el ser humano. Hay tantas aproximaciones como escuelas de antropología tenemos. Pero ello no importa por el momento, sino el hecho de que la sociedad dominicana tiene una marcada tendencia a recurrir a la violencia para dirimir conflictos y superar situaciones que en otros lugares son manejadas de maneras diferentes.

Hago esta introducción para referirme a la ola particular de violencia que desde hace más de un año amenaza con sitiar a la sociedad dominicana. Se trata de una violencia distinta a la que hemos conocido en otros tiempos. Por ejemplo, distinta a la que conocimos inmediatamente después del ajusticiamiento de Trujillo. Había en esos días un desborde de la ira contenida durante décadas, había deseo de destruir todos los símbolos del trujillismo y de cobrar a los fieros servidores de la dictadura los crímenes, las torturas y las persecuciones que por años sufrieron miles y miles de dominicanos.

Esta violencia de ahora es distinta a la que arropó el territorio nacional en 1965, la guerra de abril, y la que puso en marcha Estados Unidos y el régimen de Balaguer inmediatamente después de las elecciones de 1966. Ambas tenían connotaciones políticas, pero en sentidos distintos.

La de ahora es una violencia que resulta de una mezcla de factores, como diría uno de nuestros avezados sociólogos. Hay elementos propios de lo que los expertos llaman violencia estructural, hay elementos delincuenciales, hay elementos vinculados al tráfico y consumo de estupefacientes y hay elementos del deterioro de instituciones estratégicas para mantener el orden público.

Esta también es una violencia que cualquier estudioso del comportamiento humano bien pudo haber advertido, porque los factores que la generan no han surgido de la noche a la mañana. La falta de escuelas, la falta de asistencia médica, la ausencia de lugares adecuados para los deportes y la diversión, el desempleo, la introducción de manera lenta pero permanente del narcotráfico, la aparición de personas proclives a la violación de la ley y a la comisión de actos de raterías, de robos y de secuestros, las crisis de la familia, el alto consumo de bebidas alcohólicas, la proliferación de bancas para estimular el juego, los colmadones abiertos todos los días y a todas las horas, los embarazos precoces  y, el factor más lamentable, las ausencias de las instituciones públicas, eran hechos visibles que aumentaban de día en día.

Esos hechos se daban en una geografía que entonces era cerrada: la de los barrios pobres, la de los barrios marginados, la de los perdedores sociales, la del clientelismo político, la geografía del hacinamiento y de la promiscuidad, de la pobreza como subcultura.

Quienes estaban fuera de esa geografía se consideraban a salvo, pero olvidaban que la violencia es un fenómeno social que se incuba y se irradia. Y también olvidaban que la corrupción pública y privada que se deba en los otros territorios, dilatada y cada vez mayor, era el elemento que decía a aquellos que unos y otros eran, en esencia, iguales, que esa corrupción los homologaba.

Hagamos un ejercicio en retrospectiva y pensemos qué lugar han ocupado en las políticas públicas esas barriadas que ahora son el centro de operación de las bandas y los bandoleros, de los jóvenes y algunos adultos maduros para quienes la violencia es su manera de ver la vida. ¿Es posible recordar abril de 1984?, ¿es posible recordar los tantos tumultos posteriores, pedreas, saqueos, heridas, asesinatos, armas de fuego de todo tipo, punzones, cuchillos, etcétera?

¿Qué se hizo entonces para evitar la repetición de esos hechos?, ¿qué lectura hizo el poder político, el que reside en el Palacio Nacional y el que reside en los tres grandes partidos, el poder de esa izquierda que se regodea en el denuncismo y en la “lacra” de los otros?

Yo creo que la sociedad no se dio por enterada. Yo creo que no nos dimos por enterados. Ahora, el problema es mayor, es más complejo, es más voluminoso, es más pesado. Y hay muchas víctimas.

Y me temo que todavía no sabemos qué hacer para erradicar esta ola de violencia, una violencia que ahora afecta a todos y que expande su geografía, una violencia que ni la Policía, enlodada por ella, parece todavía entender.

bavegado@yahoo.com

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