Fue la expresión desesperada de José desde su lecho, quien aún no había perdido el conocimiento y deseo de vivir, a pesar del grave e insuperable cáncer de hígado que padecía, que lo mantenía postrado en un prestigioso centro de salud en Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana.
José, de aproximadamente 60 años de edad, residente en Los Estados Unidos por más de 20 años, había regresado a su país, para prestarle mayor atención a la salud, pero en breve tiempo se le complicó.
Acostado en la cama de la habitación donde se encontraba interno y con la cabeza encima del brazo izquierdo, escuchó decir a la cuñada que fue a visitarlo, que se le podía poner una pinta de sangre, debido a que había sangrado mucho.
No habían pasado 3 minutos de haber escuchado la sugerencia de la cuñada,cuando sorpresivamente, dijo, ¿Y, la sangre, cuñada? Quedando todo el mundo atónitos, sin habla, pues nadie esperaba eso él; estaba muy grave, pero aún conservaba todo sus conocimientos, cosa ignorada o no tomada en cuenta por los familiares presentes.
Cuñado, ya viene, se la van a poner! Gracias, cuñada, le dijo José. De inmediato pidieron la pinta de sangre, se la pusieron y a los 10 minutos la botó, falleciendo una hora después.
Sureño de nacimiento, de 5.6 pies de estatura, tez morena, bravucón, albañil de profesión, diabético, hipertenso,con su familia aquí ya tenía los ojos, las palmas de las manos y las plantas de los pies muy amarillo y el vientre muy crecido. El cáncer de hígado estaba en su última etapa, pero José, de espíritu fuerte, como siempre, quería seguir viviendo.
Aun muriéndose, José siguió peleando su vida. Luchó por vivir, lo cual constituye un ejemplo a seguir. Es una historia de la vida real dominicana.