Y más sobre los orígenes del mal

Y más sobre los orígenes del mal

Teófilo Quico Tabar

Cuál es el aprendizaje que reciben los subalternos, empleados, trabajadores privados o públicos, civiles o militares, vecinos, relacionados y asociados, cuando ven el inusitado crecimiento de sus jefes, socios, compañeros y conocidos, cuyos ingresos y actividades no se corresponden.
Qué pueden pensar las personas comunes, los ciudadanos de a pie o montados, cuando ven que esos, a quienes denomino iconos del nuevo modelo, no solo han sido aceptados placenteramente por los sectores de las cúpulas, sino incluso por quienes deberían servir de rectores conductuales.
Porque todo se ha convertido en cuestión de conveniencias, políticas y económicas. Y ambas cosas están, quiérase o no, íntimamente ligadas. Por tanto, esas conveniencias han determinado el trato frente a dichos iconos. En algunos casos se atacan y combaten, en otros se ignoran, pero igualmente las conveniencias determinan los apoyos, alianzas o asociaciones. Tácticas se dice en el argot político.
Pero no solo ha sido cuestionable porque parte de la sociedad haya desviado la vista para no ver lo que ha venido sucediendo a través del tiempo con eso que describo, sin crearles prurito o escozor; sino, porque las conveniencias que han permitido las confabulaciones con quienes no solo han elevado su nivel económico y social de forma meteórica, han permitido embaucar o castrar esperanzas e ilusiones.
Esperanzas e ilusiones, porque muchos de los que sin haber presentado actas de nacimiento justificadoras de sus acelerados estatus económicos y sociales, convertidos en iconos a ser emulados por los que igual han tenido las mismas debilidades o aspiraciones, han contribuido a que muchos ideales desarrollados en épocas de efervescencia, se deslizaran por más de una cuesta, terminando en cualquier cloaca pestilente.
Se ha dicho que no son posibles los movimientos políticos, sociales e incluso económicos, químicamente puros. Igualmente que no se debe propugnar por un “impolutismo” a ultranza. Pero no se puede pretender entender el presente, sin darle siquiera una miradita al pasado. Porque la carga pesada de ese pasado impune, a nombre de las conveniencias y las oportunidades, son en gran medida las madres de lo que ocurre en el presente. Y existe el temor de que, de seguir así, en poco tiempo nadie sepa, como en algunas películas de ficción, cuáles son los buenos y cuales los malos.
Porque en un mundo tan light, plástico o ficticio como el que vivimos, donde se ha impuesto el “dame lo mío”, y un bienestar encasillado en cosas materiales y derecho a figurear, a lo que cualquiera tiene sobrado derecho, si no se estrechan los canales de conducción éticos y morales, sobre todo para los que sirven de guía, esos iconos seguirán siendo los modelos a seguir. Y nadie puede predecir dónde iremos a parar.
Echarle a culpa de todo lo que ocurre hoy, al pasado, sería un error. Pero ignorar que las benevolencias del pasado, y los cerrar de ojos para no ver lo que ha venido sucediendo, es otro error. Porque no dejan de ser parte importante del problema. Porque todo, como dije en el artículo anterior, está hilvanado.

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