¿Y modelo de qué, Pedro?

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POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO
Continuando con el estilo ya nacional de «la publicidad lo es todo», o «sin publicidad no hay vida», nos encontramos de manos a bocas con que la comunidad de Pedro Brand pasó a ser un «modelo», y como tal –supongo yo- hay que seguirlo.

Pues ocurre que un día luminoso cualquiera del año pasado al síndico de Pedro Brand se le ocurrió que para ser modelo –atención síndicos y síndicas, gobernadores y gobernadoras de todo el país – lo primero que había que hacer era colocar un letrero a la entrada del pueblo diciendo eso, que su comunidad es un modelo de… ¿de qué será?… pues, modelo de comunidad. La comunidad más organizada, la más aseada, donde resolvieron el problema de la energía eléctrica, el problema de la basura, del suministro de agua potable, de los niños pordioseros, de las calles sin asfalto ni aceras… resolvieron el problema de todo. Simplemente, de un día para otro, la comunidad de Pedro Brand se transformó en una comunidad modelo.

Ahí está, lo dice un enorme letrero en la carretera. Y si está diciéndolo ese letrero tan bonito y grandote, debe ser verdad.

Pues bien señores, me metí a Pedro Brand a vivir aunque fuera por 15 minutos esa sensación de estar en una comunidad modelo. Y claro, la experiencia de saber lo que es la publicidad no me iba a fallar.

¡Tremenda careta de colores! Hasta al manicomio lo pintaron por fuera como si fuera el trencito del parque zoológico y botánico que había en la Bolívar. Colorinches por cada metro de la careta y un par de «sube y bajas» autocalificándose de «parque infantil».

Pero si Pedro Brand creía que no íbamos a pasar de ahí, de la careta, debió sorprenderse cuando traspasamos la frontera entre el ilusionismo del síndico y la realidad de la comunidad y nos llegamos hasta lo que en realidad es Pedro Brand, una comunidad empobrecida y falta de servicios básicos –como miles, señor síndico – que no podrán nunca salir de su marasmo con solamente colocar un letrero en la carretera.

Si así fuera –y ojalá que la cosa no llegue hasta esos kilómetros – tendríamos el aeropuerto con luminosos letreros diciendo: «Bienvenido a la República Dominicana, donde hace dos años superamos todos los problemas económicos y sociales». O bien diciendo: «Llegó a Dominicana, el país mejor abastecido del mundo, donde el hambre es historia y cada habitante es ejemplo de salud total».

Pero si ustedes, lectores, creen que porque en esta página nos reímos de nuestras desgracias en Pedro Brand van a optemperar por ser menos babosos, están más que equivocados. En cualquier momento nos ponen otro letrero en la carretera: «Pedro Brand: donde hemos convertido el manicomio en un hotel de 5 estrellas sin cambiar de huéspedes».

Lo que dura un juguete moderno
Un buen juguete moderno puede tener una vida muy larga si no se saca de la caja y preferiblemente se guarda bajo llave.

Un juguete moderno medianamente bueno puede durarle a un niño (también medianamente) tranquilo una semana. A un niño investigador, curioso e inteligente puede durarle entre media hora y diez minutos.

Ahora, un juguete malo, como esos que estaban vendiendo a precios estratosféricos en el Instituto Nacional de Auxilios y Viviendas -Inavi-, sin salir de la caja ya estaban rotos. No me lo contaron, yo los vi. Como vi muñecas tuertas y despatadas en sus cajas –y no creo que fueran muñecas para niñas discapacitadas- y carritos con precios de medio sueldo mínimo.

Pero lo peor fue ver la estupefacción en las caras de empleados públicos que fueron a comprar juguetes a crédito y crédito no daban a lo que sus ojos veían en términos de precios. Era como si el Instituto de Auxilios, en vez de tirarles un salvavidas para auxiliarles, les lanzara un yunque. Y sin más remedio que agarrar lo que hubiera de juguetes para no amargarle la ilusión a los niños y por la falta de efectivo. Pero lo más doloroso era saber que los… «dichosos» juguetes no le iban a durar al niño o niña más allá de ¿una semana? ¿dos?.

Definitivamente, los juguetes más divertidos y duraderos seguirán siendo la goma y un palo (para «manejar»), la soga y un palo (para columpiar), la pelota de trapo y un palo (para batear) y un buen palo de escoba para montar a caballo.

Pilones en cinemascope y colores
La maravilla más maravillosa de principios de los años 60 fue la llegada del cine a color. Los nuevos filmes empezaron a ser publicitados con el aviso de que se trataba de películas «en cinemascope y colores», para informar que se trataba del novedoso formato de amplia pantalla y color. Aunque las mexicanas –como las del Santo (el enmascarado de plata), las de Jorge Negrete y las series episódicas como las vaqueradas de Hoopalong Cassidy y el futurismo y ficción de Flash Gordon y «Shazam» seguían llegando en blanco y negro, era todo un lujo darse una película a color como «Tarzán lucha por su vida». Se hizo tan famoso el «cinemascope y colores» que un tío materno, cuando se emborrachaba, sacaba un fajo de billetes de varias denominaciones para mostrar que tenía dinero «en cinemacopli».

Pues como esas maravillas ya no resultan tan maravillosas, y el cine pasó a ser un consumo de lujo, otras maravillas tenían que llegar: pilones en cinemascope y colores.

Sí señoras y señores. En un establecimiento (parador) de la carretera Duarte me encontré hace varias semanas con que ahora, aquellos famosos pilones que eran solo agua y azúcar, son ahora delicatessen dulce hechos de una amplia variedad de sabores, entre los cuales se destacan el coco, el ajonjolí, el chocolate, fresa y muchos más.

En verdad, de verdad, esto no es un anuncio ni nada que se lo parezca. Pero resulta agradable ver como un artículo tan simple pasa a ser una oferta tan deliciosa, solo con un poquito de ingenio y buena aplicación de la antigua tecnología de la fabricación del pilón.

Si a Doña Pura, en mi barrio, se le hubiera ocurrido, fuera Angel Martínez el candidato a Presidente y no Miguel Vargas. Pero las cosas son así.

Nada. Vayan por sus pilones y apoyemos una iniciativa que creo es muy criolla, aunque no conozco al dueño (o dueña) de Pilones Dominicanos o de Bemarkca.

Detalles de la ciudad
Las aves no tienen miedo
Con todo y lo que le hacemos al resto de seres vivos que convive con nosotros, las aves al parecer no han sopesado al enemigo que tienen entre alas.

Porque hay que ver cómo estos animales insisten en vivir cerca de los seres humanos, anidando y comiendo tan cerquita de uno que a veces se colocan a un brazo de distancia. Algunos hasta muestran alguna simpatía y se acercan como a saludar, alejándose luego «por si acaso».

La ciudad de Santo Domingo se ha visto desde hace algunos años invadida de cotorras, pericos, ciguas palmeras y otras aves que una vez parecía que habían desaparecido, y hasta algunas, como las cotorras, fueron declaradas en peligro de extinción.

De las palomas no hay que hablar, esas se han declarado dependientes de los seres humanos, viniendo a residir en nuestros techos, patios y balcones y recurriendo al tendido eléctrico para asolearse en cantidades que son de asombro.

Una suerte es que por un asunto de pérdida «cultural» los niños ya no fabrican tirapiedras. Por lo menos, no en la cantidad que se fabricaban antes. La criminalidad se les forma ahora a través de los nintendos.

Eso ha facilitado que las aves le vayan perdiendo el miedo a la gente y se acerquen un poco más. De todas formas siguen siendo ignorantes del riesgo que corren frente a una especie que mata cualquier cosa que vea moverse.

Las ciguas palmeras, al parecer, no solamente comen el fruto de la palma real, sino de cualquier palma, incluyendo las palmas introducidas, como se ve en la foto.

Quizás por esa inclinación de comer de todas las palmas fue que una vez una cigua palmera me mordió (más que picarme) en la palma de la mano.

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