Y para qué estamos listos

Y para qué estamos listos

CARMEN IMBERT BRUGAL
Habló con sinceridad, se refirió a una experiencia personal y eso siempre conmueve. Lo hizo en el Centro Universitario Regional del Oeste. Su confesión es importante. Muy importante. Sin querer, el Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo-UASD- reivindicó el derecho a decidir de cualquier mujer embarazada.

Del mismo modo, admitió algo que nadie desconoce: la práctica clandestina y onerosa del aborto en el país y comprometió, con su opinión, a la más antigua universidad del Nuevo Mundo. Cuenta Roberto Reyna que su madre, después de parir diez hijos, tuvo problemas para alumbrar al onceavo, él. A pesar de la recomendación de los médicos, que le advirtieron la peligrosidad de la gestación, ella desoyó el diagnóstico y permitió el nacimiento de Roberto.  Si la madre del Rector Magnífico hubiera decidido lo contrario, el aborto practicado para proteger su vida, no hubiera tenido consecuencias.

Los   médicos sabían cómo suprimir el embarazo de manera clandestina e ilegal, eludiendo la acción pública.

 Algunos pretenden complicar la discusión acerca de la despenalización del aborto. La confusión es oportunidad para los prejuicios, para la mezcla aviesa de lo terrenal y lo divino. Momento para el batiburrillo de pecado e infracción, de sotana y toga, de confesionario y cárcel. Circunstancia para negar que, contra viento y marea, el fundamentalismo clerical intenta, pelea, defiende, maldice, pero tarde o temprano la precariedad institucional nuestra logra prevalecer, aunque redacte con palotes y timidez, su independencia.

Ejemplos sobran, desde el artículo 19 del Código de Niños, Niñas y Adolescentes que reconoce como familia, “además de la basada en el matrimonio, la comunidad formada por un padre y una madre o por uno de ellos y sus descendientes, nacidos de una unión consensual o de hecho…” hasta el artículo 201 del Código Procesal Penal que descarta la obligación de jurar, frente a un crucifijo, decir la verdad y dispone que el testigo “según su creencia, presta juramento o promesa de decir la verdad”.

Estas prescripciones no impiden el ejercicio libre de los diferentes credos religiosos sino que, conforme a las disposiciones constitucionales vigentes, respeta la libertad de cultos y la naturaleza laica del Estado dominicano.

Repetir razones y sin razones que durante más de treinta años se exponen en la palestra, es contribuir a la intromisión de la religión en la ley. Cada fervoroso tiene sus argumentos, corresponden al ámbito privado de la fe, merecen respeto, sin pretender su incorporación en mandatos públicos. 

Los legisladores tienen que evaluar pareceres distintos, contradictorios, pero sus resoluciones jamás deben corresponder a cánones religiosos. Bíblico e innegociable es aquello de “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”

Asunto de salud y sensatez, y no de dogmas, es la ponderación de la despenalización del aborto, cuando el embarazo es resultado de un estupro o del incesto o cuando esté en peligro la vida de la mujer. El aborto como infracción ha sido una espada pendiente encima de las atrevidas de ahora y siempre, es amenaza contra galenos responsables y fuente de riqueza para enfermeras, comadronas, médicos que, enterados de los riesgos del crimen, suspenden el embarazo sin el menor cuidado para las mujeres.   

La sinceridad del Rector es una oportunidad para el desaliento. Encomiable su franqueza, deplorable sus elucubraciones subsiguientes. Proclamó: “la sociedad no está lista, ni sus instituciones, para ejercer con responsabilidad esa decisión-la despenalización del aborto-”.

¿Es acaso su parecer el de los decanos y directores de la Facultad de Ciencias de la Salud y de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas? ¿Ha discutido la academia el tema? Pertinente sería averiguar el alcance de la Bula In Apostolatus Culmine, saber si la orden papal consagró la perenne religiosidad de la universidad. Más pertinente, conocer ¿para qué está lista la sociedad dominicana?

En “Diario de un Genio”, Salvador Dalí advierte que algunos detalles de su vida no serán revelados. Justifica la omisión “porque los regímenes democráticos no se encuentran aún preparados para la publicación de fulminantes declaraciones”. Al genio catalán se le permitía la desmesura y el alarde. Respetar el derecho a disentir de los religiosos, no incluye devaneos de jerarquías. Distinta es la ponderación del discernir académico. Lo expresado por el Rector es, sencillamente, desolador.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas