¿Y por qué no apoyarlo?

¿Y por qué no apoyarlo?

PEDRO GIL ITURBIDES
Al Dr. José Ramón Báez Acosta se le está persiguiendo con mayor tenacidad y violencia que a un asesino. ¿Su culpa? Llevar a cabo una investigación en el área del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida) sin cumplir procedimientos de rigor científico. El que sea perseguido bajo los argumentos esgrimidos un saramagullón como Báez Acosta, prueba que la Nación Dominicana está lejos de un futuro promisorio. Porque en vez de asediarlo en la forma en que se ha hecho, debió dársele apoyo en el trabajo emprendido.

  Hay una distancia enorme entre lo que se pregona y lo que se hace en muchas sociedades. De ahí que, en el pasado, surgiese como dicho atribuible a determinadas personas que ejercían algunos oficios, aquello de que «no hagas lo que hago, sino lo que digo». En el país pregonamos la propulsión de una cultura de la investigación, pero apenas hallamos alguien que se atreve a indagar sin nuestro permiso, lo castigamos. Por eso estamos como estamos.

  El Dr. Báez Acosta pudo no cumplir con una serie de requisitos propios de una investigación. El camino para reencausar su obra no estriba en meterle en la casa o en los negocios unos policías que no metemos en casa de ciertos bandidos. Salvo que se vuelva tozudo charlatán, deben ponderarse sus argumentos y exposiciones. Nunca perseguirlo en la forma en que lo hemos hecho.

  En el caso se ha armado un escándalo innecesario. En forma sinóptica expondré qué pudo hacerse.

1. Se llamaba a Báez Acosta para reconducir la investigación sobre la base de un protocolo diseñado para una investigación de esta naturaleza. En vez de confrontarlo, o aducir la razón de la sinrazón, se procuraba lograr la adhesión del mismo a los procedimientos recomendables.

  2. El sida es una enfermedad que resulta, aparentemente, de la degeneración moral del ser humano. Como los afectados son, en su mayor parte enfermos terminales, no existe, en estricto sentido, una violación a la ética científica al suministrar medicamentos destinados a la eventual recesión del mal. Pero admitamos que ciertamente violamos derechos de un enfermo que espera, seguro, su muerte anunciada.

  Una de dos: procuramos los más afectados y les explicamos todo cuanto concierne a la investigación, en procura de su aquiescencia. O enfermamos adrede animales irracionales para hacer las pruebas.

 (Haré una revelación sobre los ensayos en seres humanos. Cuando Joaquín Balaguer visitó a su tocayo Joaquín Barraquer en la clínica de esta última familia, en Barcelona, fue referido al Instituto de Ojos y Oídos, de Boston. Barraquer le explicó que en aquella clínica efectuaban una cirugía ocular desconocida hasta entonces. Si él lo admitía, podía someterse a ella. Balaguer fue de los afectados en quien se aplicó como ensayo un procedimiento quirúrgico que hoy es corriente en el combate contra el glaucoma. Balaguer no recuperó la vista, pero mejoró su calidad de vida al eliminar los molestos dolores de cabeza que resultaban de la extenuante presión en el globo ocular).

 Y no por ello violaron sus derechos humanos.

 3. La ciencia es ensayo, tal vez equivocación, y prueba. Si los sabios de nuestro país no lo saben, pueden escribirme para hacerles llegar textos que les expliquen esta sencillez.

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